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Nos estamos perdiendo muchos abrazos

Me han hecho en privado reflexiones sobre la foto de Diana y su amiga,una imagen que recoge y refleja un instante muy emotivo y a la vez tan natural...
Es efectivamente, el momento en que Diana se ve -por última vez y para despedirse-, con Shamira, una de sus amigas en Ustka, amiga de la casa de niños que la acogiera y donde sé que llegó con expectativas de mejora.
Para ella el centro aquel fue un lugar acogedor donde esperar a que le buscaran unos papás.
He pasado rato y rato mirando esa foto, y las de aquel momento porque me dicen muchas cosas, me hablan de cuando fuimos a recogerla: de las prisas que nos metieron para hacer algo tan importante como dejar atrás todo el corto, pero intenso pasado de mi hija, aquel momento que pasó tan rápido pero que fue tan importante y me hablan de la relación de mi hija con el orfanato.

Llegamos a recoger a nuestros hijos por culpa de retrasos y contratiempos aeroportuarios un sábado por la tarde –que en los centros de acogida de Ust solo no trabajaban los empleados no administrativos-, pese a todo allí nos esperaba la directora (rusa) y la psicóloga(kazaja).
En contra de la costumbre allí arraigada, nosotros no dimos regalos, porque por principio nos opusimos a esa práctica, tan extendida, y nadie nos los requirió y nos trataron con afecto y respeto y tengo fotos de cuando Diana se despidió, -nos despedimos- de ellas en el despacho de la directora, a la que habíamos tratado en varias ocasiones y vimos tratar a Diana y fuimos testigos de la relación que nuestra hija tenía establecida con ellas –Diana siempre cariñosa, siempre afectuosa- y en la despedida, que no fue nada fría, pude ver en ellas muestras de verdadero afecto y lágrimas mezcla de alegría y pena por la partida de Diana.



Aquella era buena gente, gente autentica, que es la impresión que me dieron en general los habitantes de aquella ciudad en la que vivimos todo un mes. Gente franca, y dispuesta a ayudar, con los sentimientos inherentes en el ser humano bastante intactos.
Bien es verdad que tengo noticias de componendas y desmanes, pero a parte de los excesos en costes y tarifas, nosotros no tuvimos más problemas en aquel país que el que nos quiso crear “gratuitamente” el jefe de negociado de visados de la Embajada Española en Astana, y no era kazajo, era español (post enero 2010 “Pesadilla antes de Navidad”).
Siguiendo con el tema, el centro que acogía a Diana era parecido a un colegio pero sin clases, los niños eran de edades comprendidas entre 5 y ocho años, vivían en grupos no muy numerosos en módulos independientes y estaban todo el tiempo a cargo de cuidadoras –no maestras- y hago esta puntualización porque Diana no distinguía ni letras ni números,(el alfabeto era distinto pero no era esta la razón) no sabía,por ejemplo, contar más allá de los dedos de la mano. Nadie le enseñó a leer o a escribir y en poco más de un año lee español y aunque con lógica dificultad, su comprensión lectora es bastante buena, y está aprendiendo junto con sus compañeros de clase a dividir.
Curiosamente lo que más le está costando es la asignatura “conocimiento del medio” porque sus conocimientos en este sentido habían sido escasos: es dificil entender para ella la diferencia entre pueblo, ciudad o país, por citar algún ejemplo.

El sistema en el que vivía era cerrado y tan proteccionista que apenas necesitaba usar las neuronas, no se les animaba a tener iniciativa y seguir con disciplina las rutinas del centro eran lo único que tenían que hacer allí los niños.
Las instalaciones eran sencillas pero prácticas y contaban con televisión tanto en la sala de juegos de cada módulo como en el dormitorio,donde veían peliculas y programas infantiles no sólo rusos o kazajos también otras como Pinocho o Srek, por citar algunas. Aquel era un edificio viejo pero limpio y calentito y bien mantenido por dentro.

En este centro nos trataron como a padres desde el minuto cero, nos permitían sacar a la niña por las mañanas para ir a la casa cuna a visitar a Nacho todos los días de la semana y luego por la tarde –que no veíamos a Nacho, nos dejaban la sala grande de juegos para estar con Diana y los niños de nuestro grupo de padres adoptantes españoles juntos e incluso cuando Evelyn, -una de las madres españolas- volvió a España un par de días antes que nosotros, dejaron que su hijo Nikita bajara a jugar con Diana y con nosotros.
El ambiente era bastante "escolar" y la directora era muy amable y toda ella emanaba bondad. Recuerdo que un día, al dejar a Diana en su centro, al mirar hacia atrás la vi que de nuevo salía del edificio e iba llorando, hicimos detenerse al conductor y Diana nos explicó que no encontraba a los de su grupo, así que la acompañé por todo el centro sin éxito y acabamos en el despacho de la directora, que al verla llorar la acogió con preocupación-, y enseguida la tranquilizó–y a mí también- abrazándola y explicándonos que el grupo de su módulo se había ido fuera del recinto a dar un paseo y se quedó con la niña, por lo que nos marchamos tranquilos y con muy buena impresión de aquella mujer.

Lo que pudimos ver era trato francamente afectuoso y para nada ficticio, y esto era extensible al resto del personal del centro ya que cuando nos invitaron a presenciar junto con autoridades kazajas, la “fiesta de otoño”, pudimos constatar cómo los niños participaban en los juegos que se proponían de manera espontánea y la actitud de todos con sus cuidadoras era relajada y confiada.

Muchas veces pienso al ver esas fotos y observar la manera que mi hija se relaciona con los demás niños, que los niños de allí se trataban con un afecto distinto al que manifiestan los de aquí por sus amigos, se tocan de diferente manera, allí se abrazaban, se sentaban muy juntos y se miraban sin recelo, ¿tal vez lo mismo que nosotros hace 30 ó 40 años?.
Allí también los niños desarrollaban lazos de hermandad. Recuerdo que mi hija se guardaba algunas de las chucherías que a veces le llevábamos de merienda, para luego compartirlas con sus amigas hasta que nos dimos cuenta y comparábamos también para ellas. Y el día de su cumpleaños niños y niñas abrazaban a Diana con cariño indistintamente, cariñosamente y sin afectación.


Al llegar aquí mis hijos siguen con sus costumbres afectivas –Nacho se acerca a los niños más pequeñitos y les acaricia la cabeza y si algún adulto -conocido o no- le cae bien le echa los brazos y lo aprieta con cariño o se abraza a su pierna- y casi en la mayoría de los casos estas manifestaciones pillan por sorpresa a mayores y pequeños.
No sé a qué o a quien echarle la culpa, pero si que con el avance y desarrollo de las llamadas “civilizaciones”, se pierden muchas cosas, entre ellas la ingenuidad, la naturalidad del trato personal a todos los niveles.
Se desnaturalizan la franqueza y la espontaneidad de las relaciones interpersonales hasta de las infantiles, y me refiero a la esencia de esas relaciones.


Ahora nos besamos con desconocidos recién presentados y nos tuteamos con señoras y señores de edad, socializando nos creemos más sociables, pero no nos miramos a los ojos ni nos estrechamos las manos con calor y si miramos alrededor desconocemos a nuestros vecinos y tenemos dificultades para sentirnos de verdad cobijados y escuchados en los problemas más personales sin sentirnos juzgados hasta con los miembros más allegados de nuestra propia familia.


Un día te paras a mirar alrededor y te das cuenta de que en realidad nuestras relaciones –la que entablamos con nuestra gente, a la que queremos- son en realidad relaciones superficiales y que hasta entre los nuestros somos todos para todos íntimos desconocidos.
Y lo más triste es que así el corazón se envilece y la piel se encallece, la soledad ahora es soledad en compañía y poco a poco nos volvemos frívolos e insustanciales porque con las prisas y los problemas y las nuevas maneras de vida en particulares microcosmos, hacen que nos estemos perdiendo muchas profundas emociones y muchos abrazos.

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