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Cuentos que ayudan a los padres.

No lo voy a negar, mi hija me preocupa y mucho.
Es la niña más dulce del mundo, extraordinariamente buena y cariñosa con una importante carencia de experiencias y esto es un problema que se acrecienta día a día porque tiene grandes huecos y lagunas y le faltan datos básicos del corriente día a día y lo malo es que le falta curiosidad por rellenarlos, al mismo tiempo se está haciendo mayor muy deprisa pero su inmadurez es tanta que la mayoría de las veces cuando una u otra faceta se pone de manifiesto resulta igual de chocante la una que la otra. Es una niña muy especial (¿qué niña no lo es?) pero sus circunstancias, pasadas y presentes hacen que mi preocupación por ella sea enorme y eso me lleva a romperme la cabeza pensando en mil maneras de –a veces- hacerla comprender o simplemente hacerla reaccionar, que pregunte, que se interese...


Tenemos frentes abiertos en muchos campos: la alimentación, los conocimientos básicos, y una personalidad de libro en blanco donde ir acumulando los recortes de personalidades ajenas o vecinas que le van llamando la atención, y esto tan literariamente escrito es una bomba de relojería por la que hay que estar alerta y muy pendiente porque, por nombrar algunas lo mismo se trata de imitar la letra de una amiga –empeorando una caligrafía que nos ha costado Dios y ayuda conseguir- que una costumbre tan fea como la de morderse las uñas –cuando ya habíamos desterrado la suya de chuparse el dedo sin parar-. ¿Nonadas? ¿Signos de alarma? Día a día intentamos llegar a ella por el camino del diálogo o de la laboriosa tenacidad y hasta recurriendo a la antipática y fastidiosa severidad. Buscamos refuerzo y apoyo en maestros y tutores, orientadores y profesionales, cuando sentimos que nuestras palabras huecas de significado para Diana acaban rebotando en unas paredes impermeables y perdiéndose en un abismo de indolencia y displicente conformidad donde las emociones a veces se desbordan por un goteo continuo mezcla de apatía, ignorancia, confusión e ingenuidad.
El caso de Diana no es un problema de comportamiento -en absoluto-, sino de actitud ante la vida, probablemente la misma actitud que le ha permitido seguir siendo tan infantil e inocente. Los escudos de los que cada cual somos capaces de servirnos para protegernos de las cosas que no entendemos o de las situaciones que no podemos eludir -cada cual teme a sus particulares dragones-, y muchos de nuestros niños los han tenido que blandir desde prácticamente el minuto cero de su consciencia ¿Cómo sino sobrevivir a carencias y a situaciones de desamor inimaginables aún para los adultos?
Pero entre tanto escudo alzado y tanto laberinto emocional creo haber encontrado en mi hija una puertecita en la parte de atrás de su “jardín extranjero”, la encontré -como siempre pasa- por ” casualidad” mientras buscaba sin parar una rendija donde colarme a su mundo interior, un mundo exclusivo de hadas y princesas, donde la luna tiene ojos y sonrisa y los animales son capaces de hablar, donde los peces y los patos de los estanques vienen siempre a saludarnos porque saben que nos gustan y que no les haríamos daño y donde los hechos que acontecen son más lentos y sencillos que esta vida nuestra tan estresante y agitada.



"-¿Dónde se ha visto que un conejo llegue tarde? ¡Entonces no es un conejo es una persona y ya no tiene gracia...!" me comentó una vez.

He encontrado en los cuentos, en las historias lineales y sencillas con las que Diana se identifica el vehículo perfecto para comunicarme con ella. Pero no todos los cuentos le llegan, como no encontraba lo que necesitaba acabé por escribir yo misma las historias.


"Casi siempre se hallan en nuestras manos los recursos que pedimos al cielo" W. Shakespeare

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