Hace ocho años desembarcamos con nuestras ilusiones y muchos
miedos en Kazajistán, apenas recién llegados sin tiempo para reponer las
muchísimas horas de vuelo, los 7500 kilómetros que nos separaban de aquella
aventura que creíamos (inocentes de nosotros) tocaba a su fin, por fin el
proceso de adopción iba a terminar, aquellos años de papeleos, incertidumbre,
cierres de países secuestros de expedientes, desinformación y deshumanización, llegaba
a término porque habíamos llegado a nuestra meta, ser padres.
El viaje y la estancia fue toooda una experiencia, las
sensaciones y emociones que allí vivimos no tienen parangón con nada de lo
vivido anteriormente, y nada acabó en aquel día, en aquel viaje, esperas,
burocracia y deshumanización tomaron tintes más exóticos y la experiencia se
dilataría aún muchas semanas más…pero eso es otra parte de la historia.
Lo que importa es que tal día como hoy, una pareja, de la
mano emprendía el viaje que cambiaría cuatro vidas para siempre, conocería primero a su hijo pequeño
y unos días después a su hija mayor, cosas de esta paternidad tan singular que
es la paternidad adoptiva.
Hoy celebramos el día
en que aterrizamos en unos ojos de media luna a los que entregamos el corazón y
el resto de nuestra vida.