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Estamos de aniversario.

Hoy hace tres años iniciamos un viaje que cambiaría para siempre nuestras vidas.
El viaje y sus momentos, cuando los evoco, consiguen todavía erizarme la piel porque no sólo son imágenes sino sensaciones que vuelven a hacer volar mariposas en mi estómago y hormiguillas por debajo de la piel, algo inolvidable casi minuto a minuto.
Así de intenso fue.
Recuerdo vivamente el encuentro en el aeropuerto de Astaná aquella madrugada del 9 de Octubre, con los que serían nuestros compañeros en la ciudad donde estaban nuestros hijos durante todo el tiempo que estuvimos allí.


El corto vuelo y la llegada a Ust-kamenogorsk, los nervios, el equipo de gente que nos esperaba,  la ciudad a través de la ventana del coche, el apartamento, el edificio, su "portal" y las escaleras... Las personas que nos custodiaban y nos guiaban a cada paso, de las cuales dependíamos en aquel país y en cuyas manos estuvimos completamente.
Aquella carretera sin fin hasta la casa cuna, el pellizco en el estómago por los nervios, los olores, los sabores, la luz y los paisajes, las caras anónimas en las que buscábamos cómo serían nuestros hijos de mayores, rasgos hasta entonces desconocidos que de golpe se volvieron desde entonces familiares.


El encuentro con nuestros hijos, tantas emociones, tanto miedo, tantos nervios y las visitas, los encuentros programados, cortos demasiado cortos.
Los orfanatos, los edificios y sus instalaciones por dentro y por fuera y las personas que allí trabajaban, toda gente buena; los niños, los nuestros y los que allí se quedaron…quien sabe qué será de ellos ¿hasta cuándo estarían allí...?
Aquellas casas llenas de niños. El silencio de sus pasillos y sus escaleras, el olor a comida que lo impregnaba todo desde primera hora de la mañana, siempre el mismo y extraño olor, en los dos orfanatos, cada día, todo el rato.


Y la luz de aquella ciudad que se parece tanto a esta sólo en sus montañas, pero a 7500 kilómetros me resultaban tan extrañamente iguales, pero no así sus ríos ni sus calles y cuando por fin nevó nos cambió el paisaje y la rutina.



Aquel tiempo que vivimos allí pasé mucho miedo, un miedo visceral, ¡tantas cosas dependían de tanta gente extraña! Pero hoy no recuerdo – porque no quiero- nada que me empañe mi tiempo en Kazakstán, porque hoy es tiempo de celebrar una nueva familia que se creó entonces en aquel país de mis sueños, un tiempo que pese a todo volvería a vivir minuto a minuto.


Hace tres años (qué poco tiempo me parece y cuantas cosas han pasado) que hicimos un viaje lleno de futuro que nos llenó el pasado de recuerdos imborrables, ahora hace tres años que se hicieron realidad tantos sueños que hoy son mi día a día.



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