Me quejo, me quejo
constantemente de mis hijos, de la guerra que dan, de los ruidos, de cuando se
ponen chinches, se chinchan entre si, Diana a Nacho, Nacho a Diana, los dos constantemente,
Nacho y su actitud retadora, echando pulsos continuamente con todos, con sus
maestros, con su tía, con su padre, conmigo, a cada paso….pocos momentos de paz
ni la hora de la siesta, siempre interrumpida, menos descansada, cada vez más
corta, si acaso llegara a cerrar un ojo
parece que lo presienten…
Y cuando consiguen (tantas veces) saltarme los plomos, de manera
instantánea me salen los galones, los siento emerger debajo de la piel, también
de la de los hombros y me recuerdo a Mazinguer Zeta, en un momento me convierto
en un sargento que grita más que ellos, que los reprende, que los castiga, se
acaba la tregua a base de reprimendas y mandatos regresa la calma tensa…y pasados unos
minutos se vuelve a firmar el armisticio.
Vuelven los besos, las risas y los abrazos No podemos vivir
enfadados ninguno, aunque Nacho sigue tomándome la medida –no cesa de hacerlo-
pero ahora por estos momentos sabe que no puede pasarse mucho…y afloja…
Pienso en que si no fuera por ellos, por sus risas y
ocurrencias, por sus ingeniosidades, por las buenas y por las menos buenas también,
este duelo, hubiera sido mucho menos soportable, benditos niños y la guerra que nos dan!