“La vida se me presenta como un quehacer ineludible; lo
decisivo no es ni las cosas ni el yo, que son ingredientes parciales y
abstractos de mi vida, sino lo que hago con ellas, el drama con personaje,
argumento y escenario, que llamo mi vida”.
Julián Marías
Mis actores y sus argumentos
Se acaba el verano, nada tiene que ver con la estación, que
por otro lado aquí, en esta ciudad que nos acoge apenas se distingue. En casa
tratamos de mentalizarnos para el curso que asoma sus orejas amenazante en la
hoja del calendario que mañana estrenamos.
Por esta razón hemos decidido ponernos las pilas, ir calentando motores, hacer un
recordatorio de lo más básico del curso pasado… bueno, la verdad ha sido una
decisión unilateral y poco secundada.
El plan es sencillo, de aquí a que comience el curso, cada
mañana haremos un poquito de tarea y finalizada esta podremos disfrutar de
playa y demás ofertas de ocio: tele, play statión, bici, jugar con los vecinos
de la “urba”, etc… Algo que hasta ayer era gratuito y sin condiciones.
Soy una optimista. Lo sé.
La primera mañana de
mi estratégico plan se desarrolla a duras penas, yo “en plan dura” y los niños cada
uno con su pena en una tensión más que familiar… generacional. Hace poco leía
sobre la división tradicional de la vida
en tres etapas: adolescencia, madurez y senectud, en esa división se dejaban a
la infancia como si no tuviera importancia, ¡ya lo creo que la tiene! y no solo para el infante sino para el resto
de las generaciones que conviven con él y
cuyas vidas pone a prueba día tras día. De un tiempo a esta parte a poco que
nos descuidemos de la infancia parece depender
el forjar el carácter de las generaciones
y no al revés. Esto que ahora reflexiono en voz alta, lo he descubierto hace
bien poco. Lo difícil no es forjar una generación de –en mi
caso- adolescente y párvulo, sino que estos dos individuos no acaben por
forjarme a mí.
Y lo admito, desde que llegaron me están cambiando, son como las fuerzas de la naturaleza que van conformando y cambiando el paisaje de mi vida...dicho en plan bonito y filosófico, porque no es fácil que esto no suceda ya que no todos estamos preparados para resistir a sus,
reconozcámoslas, mejores cualidades: la obstinación, la perseverancia y la
tercera cualidad y no menos importante: su resistencia.
Las familias podrían definirse en un mundo ideal como grupos
de personas que, aunque no piensen igual, participan más o menos de la misma concepción del mundo, tienen
conciencia de estar en la misma época y de compartir las mismas ventajas...
Para nada.Y ahí radica el problema.
Que no, que al menos en casa somos un grupo de
personas que no pensamos igual ni tenemos la misma concepción del mundo y las
ventajas que compartimos, cuando se las hago notar a mis hijos les suena a ofertón de gran superficie...
Voy a tener que estudiar nuevas estrategias y hasta
estrategias de mercado antes de que acabe sin remedio y para siempre convertida en una "drama mamá", porque en un alarde de intentar educar sin intransigencia,
por mucho que les trate de vender las
ventajas de hacer la tarea pronto para disfrutar de ir a la playa y de tiempo libre, ellos han resuelto
educarme a mí y convencerme de las ventajas de abandonar mis ideas peregrinas, hacerme
desistir de mis pulsos matutinos y pasar directamente a disfrutar de las
ventajas sin pasar por los inconvenientes que me acarrea tamaña contienda. ("Total para lo que queda de verano"...)
Su manera de pelar mis nervios son muchas y variadas y nunca
debemos subestimar al contendiente…
El pequeño, en menos de cinco minutos y con sólo dar un
vistazo a la hoja del cuaderno de ejercicios, ha decidido que lo que le pido es injusto y sobre humano ya que es del todo imposible que pueda completar una serie de números sumando de 25 en 25 porque no tiene
tantos dedos… ¡y me muestra sus manos para acabar de convencerme!
Le miro fijamente y me doy cuenta de que habla en serio…(las neuronas están más atrofiadillas de lo que esperaba...) le
sugiero que pruebe a hacer la operación en una hoja aparte donde pone los números
625 y 650 aleatoriamente, -diría yo poniendme estupenda, "a huevo" que dirían otras voces más aguerridas-, según me cuenta para sumarlos… pero mi cara de perplejidad
le ha debido de sonar a actitud disuasoria y acaba restándolos poniendo el
menor por encima del mayor para acabar de minar mi fe en alguna sombra de razonamiento con lo que le sale una operación disparatada para cualquier propósito que no
sea sacarme de quicio…lo miro de nuevo fijamente y se asombra de mi asombro que se acerca más al estupor, ya
que no encuentra nada extraño en lo que acaba de hacer. Le sugiero que lo repase antes de continuar con la serie y
su expresión corporal y el sonido de la
libreta y el lápiz deslizándolos por los muebles de la habitación en
dirección a su cuarto es como un misil justo al centro de mi paciencia. Sus comentarios
en un intento más que acertado de desgastar mi entereza y mi moral están lejos de
mostrar una predisposición al armisticio...
Suspiro en un intento de mantener intacto mi nivel de flotación.Y mientras lo
veo alejarse en semejante actitud de pasiva provocación caigo en la cuenta de
que quien no me ha interrumpido, ni
siquiera para protestar ni una sola vez, es mi hija adolescente… me asomo a su
libreta y confirmo que tan sólo ha escrito el número de la pregunta que se supone
tiene que contestar de su cuaderno de
verano aún por estrenar y esto le ha llevado más de tres cuartos de mañana.
A todo esto yo…. ¿había empezado a escribir un post sobre el
verano que se acaba o sobre el curso que nos aguarda?