“Hay personas que llegan a tu vida como una bendición y otras
que llegan como una lección”. Leo en algún sitio de esos muchos a los que por
error o acierto me asomo clicando en las recomendaciones de nombres ajenos con
los que a menudo me tropiezo en las redes sociales.
Se me clava la frase, no así a quien
pertenece ni a qué venía el argumento... Desde que la he leído mi mente no
deja de etiquetar a las distintas personas con las que comparto el cotidiano en
una especie de manía clasificatoria: en lo laboral, en lo social y hasta en lo familiar...las voy catalogando una a una hasta que llego a mis hijos y, como tantas
veces, ellos me rompen los esquemas, me lo ponen todo patas arriba, me revuelven las creencias, me desbaratan los cajones de las certezas y me revocan los permisos y las pautas de vidas pasadas de quererme más y por delante de quien fuera...
Desde que están yo ya no
soy la misma, y cada día intento dejar de ser aquella, -aquella que creí que iba a ser- y adaptarme más a la que he descubierto que soy con ellos y por ellos y acomodarme.
Amor con amor se paga y por eso no es necesario reconocer que no es fácil enfrentarme cada día, ya no a esa señora que en estos últimos años vive en mi espejo, sino a la madre que me devuelven las pupilas de mis hijos, esos hijos que si bien "no tienen mis ojos si que tienen mi sonrisa..."
...Y entonces pienso que tal vez esas frases lapidarias que decoran mi vida y mi memoria, que un día casi quise hacer de algunas de ellas mi bandera, no sirvan para nada en este mundo tan cambiante, en esta vida tan menguante…y tengo que reinventarme frases nuevas y replantearme las que me creí a pies juntillas porque aún necesito pensamientos enlatados que mantengan la ilusión de lo perfecto en esa incesante búsqueda desde niña de ya no recuerdo qué verdad, o tal vez lo que hayamos de encontrar sea el cristal con que cada uno miremos nuestra particular realidad. Ya no lo sé...
Amor con amor se paga y por eso no es necesario reconocer que no es fácil enfrentarme cada día, ya no a esa señora que en estos últimos años vive en mi espejo, sino a la madre que me devuelven las pupilas de mis hijos, esos hijos que si bien "no tienen mis ojos si que tienen mi sonrisa..."
...Y entonces pienso que tal vez esas frases lapidarias que decoran mi vida y mi memoria, que un día casi quise hacer de algunas de ellas mi bandera, no sirvan para nada en este mundo tan cambiante, en esta vida tan menguante…y tengo que reinventarme frases nuevas y replantearme las que me creí a pies juntillas porque aún necesito pensamientos enlatados que mantengan la ilusión de lo perfecto en esa incesante búsqueda desde niña de ya no recuerdo qué verdad, o tal vez lo que hayamos de encontrar sea el cristal con que cada uno miremos nuestra particular realidad. Ya no lo sé...
Y todo esto viene a que me empeñé en saber si mis hijos eran del uno o
del otro lado de la frase con la que comienzo estas chirriantes reflexiones, y les haogo caminar por el filo de esas palabras,"lección" y "bendición" palabras que para entenderlas bien y saber aplicarlas no hace falta ser profesor ni profesar religión: "lección" y "bendición". Las recalco porque son de peso y unidas
suenan a silogismo y me doy cuenta de que los niños se resbalan hacia ambos lados a la vez y que puede suceder -y que sucede- que, hay personitas que llegan a tu
vida bendiciéndola para darte más de una lección.
Mis hijos -los dos-, me enseñan cosas cada día, cosas de la
vida, cosas que ellos mismos ignoran todavía pero intuyen...
Los hijos deseados nacidos en otro vientre, -un vientre lejano-, los traes al mundo -a tu mundo-, con los instintos intactos. Con ese instinto de supervivencia, ese automatismo de reacción natural ante el peligro o la escasez -ya sea de alimento o de cariño-, del que parece no vaciarse nunca su mochila.
Los hijos deseados nacidos en otro vientre, -un vientre lejano-, los traes al mundo -a tu mundo-, con los instintos intactos. Con ese instinto de supervivencia, ese automatismo de reacción natural ante el peligro o la escasez -ya sea de alimento o de cariño-, del que parece no vaciarse nunca su mochila.
Desde que los traje a mi mundo, mis hijos me mudaron los límites, los sueños y la vida, y
siendo aún tan pequeños me doy cuenta de cuánto me queda a mi por crecer para llegar a estar a su
altura. Benditos sean.