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Doctor Jekyll y Mister Hyde

Los días pasan deprisa, en breve hará 6 meses que los niños están con nosotros.
Antes de que llegaran los niños y en su espera, los días y los meses en que aguardábamos tener noticias referentes a la adopción pasaban lentos y parsimoniosos y desde que están aquí de pronto levanto la mirada y habrá volado medio año!
Hasta ahora a todo lo que no salía bien o no acababa de “estar en orden” –y no me refiero a la casa que esa creo que no volverá a estar en orden nunca más - se lo podía achacar a que los niños estaban recién llegados, pero en estos meses en los que la gran mayoría me los he pasado de baja maternal y ejerciendo de madre y sólo de madre a tiempo completo y en exclusividad, creo que he tenido tiempo más que de sobra para asentar al menos unas bases …y tengo que reconocer que no estoy contenta.
Mi mundo interior está patas arriba: siempre aspirando a ser una persona equilibrada, adoraba la armonía personal y la necesitaba para vivir como quien necesita el aire que respira, había conseguido pulir un temperamento fuerte, impetuoso e impaciente, y sin perder la pasión por la vida había llegado a suavizar las aristas más agudas de mi carácter, e incluso hubo un momento en que creí haber llegado a esa cima a la que todos deseamos llegar en nuestra escalada hacía la madurez personal y sin triunfalismos puedo asegurar que hubo una etapa en que llegué a sentirme cómoda conmigo, a gustarme como era, algo difícil para alguien que creía que todo se puede mejorar y que todo lo que sucede sirve para aprender, enriquecer y alimentar al ser humano…


Pues una vez mas estaba equivocada. Tan sólo había llegado a una meseta, a una altiplanicie y ahora veo que aquella meta que me fijé ha quedado obsoleta e inabordable, tengo que buscar otra cumbre, un proyecto más acorde con el rumbo que ha tomado la vida porque aquel reto ya no concuerda con mis aspiraciones presentes. O tal vez deba empezar desde el principio... Cambiar no solo el sentido y la marcha de mi rumbo sino también cambiar mi filosofía: antes pretendia aprender yo para enseñar y creo que la nueva situación es la de que aprenderé con las enseñanzas de mis hijos. Dejaré la teoría de la educación, tantos años estudiada y me educaré con la practica.
Estoy familiarizada -acostumbrada nunca- con los cambios de rumbo radicales que da la vida. Abandonar esta trayectoria me disgusta sobre todo por la íntima sensación de regresión que siento y por la perdida absoluta del sentimiento de ser una persona centrada, equilibrada.
Me da mucho miedo a no volver a sentirme igual en este nuevo camino. Pensaba que todo ese trabajo mental, subjetivo y anímico me serviría mucho para la educación y el trato con nuestros hijos. Pero creo que no, en estos meses no recuerdo un momento en el que me celebrase a mi misma o haya oído susurrar a mi Pepito grillo particular -el de los momentos de aupa-, “animo jabata, que lo estás haciendo bien…” ni una sola vez… (excluyo los momentos de juegos en que mi yo más infantil aflora y bajamos las escaleras a culetazos haciendo el trenecito o cosas por el estilo en las que más que madre soy compañera de diversiones.)
Hago balance y son meses de regañinas y regañonas, de castigos, de enmiendas de sentirme una mandona, de “noes” a espuertas, de esto no se toca, esto no se hace y “haz esto o haz lo otro” un millón de veces repetido, de tenerme que poner seria el "taitantos" por ciento de las veces y estar en guardia y alerta el 99,9%. De sentirme más tiempo más cerca de la señorita Rottenmeier, que de la madre dulce y tierna en que yo misma me concebía.
Cinco
meses y se han ido al traste mi armonía, mi equilibrio y mi sosiego, a veces creo que he hecho una regresión de treinta años en autocontrol y serenidad personal.
Hay días en que creo que voy a ser capaz de poner una flor en el calendario, -he pensado en señalar así el día de la semana en que no me salgo de quicio (aunque más bien tendría que pintar una paloma, con rama de olivo incluida)- pero hasta ahora solo y en contadas ocasiones he conseguido pintar algún que otro arco iris, por las veces que he sido capaz de restablecer la calma tras mis intimas tempestades y chaparrones familiares.
“Son dos niños de golpe con edades muy diferentes y tienen que adaptarse” es el argumento como excusa que mis afectos suelen darme para que me perdone a mi misma…
¡Y yo soy una adulta y ya debería haberme adaptado y ser capaz de manejar las situaciones… !
¿Cómo es posible este sentimiento de derrota personal por mi lucha con dos niños pequeñitos que a demás son en esencia buenos?
¿Qué sería de mi si me hubieran tocado en suerte dos Zipi-zapes de armas tomar?
Busco respuestas en madres, en educadoras y en las dos o tres personas sabias que la vida me ha regalado como bálsamo a las que acudir cuando no encuentro la salida en los callejones en los que me he encontrado alguna vez. Busco en los libros y en la red…Pero yo se que la respuesta está en mi misma, en encontrar en este nuevo universo interior lleno de agujeros negros que me engullen, la puerta que me conecte con aquella persona que fui -por supuesto renovada-, tengo que encontrar mi equilibrio y mi propia parcela de armonía y tengo que reestructurar este andamiaje que no me gusta cómo estoy montando.
Esa es mi batalla, no es con los niños, es con mi carácter que es como si no fuera mío... tengo la impresión de no haber avanzado nada, tantos años de intentar crecer en mi interior y el resultado es que aún sigo siendo enana… Tengo claro que los niños no son los culpables de mis limitaciones, de mi falta de estrategias ni tienen porque sufragar mi falta de experiencia, o mi carencia de habilidades.
Muy al contrario creo que son las dos razones más poderosas y más legítimas por las que luchar, por las que remendar y enmendar los fallos que día a día voy enumerando en mi imaginaria lista de “lo que yo no haría nunca como madre” , esa lista que en el camino hacia la maternidad vamos confeccionando a base de observar a las madres de nuestro alrededor con ojo crítico, desde la comodidad de nuestra ignorancia y que nos escandalizan con su “falta de tacto y de paciencia” cuando gritan una orden a sus hijos, o su tajante severidad cuando niegan sin explicar por quinta, sexta o séptima vez, un capricho o un antojo, o cuando “permiten” a sus hijos que en el restaurante o en una reunión familiar o social lloren o incordien con su comportamiento… (ahora las entiendo y a mi pesar "las comparto")
Llevo todo este tiempo de tropezones, de hacer sin querer ni poder evitar todo eso que critiqué en su día, con la sensación de que estoy construyendo castillos de arena que parecen derrumbarse en cuanto me despisto un poquito, llevo todo este tiempo sin gustarme en el papel de madre-sargento y lo curioso es que cuando necesito escaparme de mi nueva personalidad –que me parece tan fea- busco refugio en los brazos de mis hijos, siento mucha paz acunando a Nacho para adormecerlo antes de dormir, o cuando por las mañanas Diana aprovecha que su padre se ha levantado para mudarse un ratito a mi cama antes de que suene el despertador y es el momento en que más “cerquita” nos encontramos, abrazaditas y calentitas ajenas a todo…luego suena el despertador y empiezan las carreras y los apresuramientos, las escaramuzas de las que algunas se convierten en batallas, y entonces me salen los galones empiezo a dar ordenes taxativamente y me trasmuto en la horrible persona de la que estoy renegando en este post.
Curiosamente es el fin del día y el “aún no comienzo” cuando siento en mi piel y en mi corazón la ternura y el sentimiento maternal que tanto andaba buscando, ¡unos ratitos tan cortos para unos días tan largos que al mismo tiempo pasan fugaces!
Ahora me queda el trabajo de ser capaz de trasladarlo a otros momentos del día, ser capaz de encontrar esos momentos o de provocarlos sin tener la impresión de que firmo un armisticio ni blando ninguna bandera de la paz con el enemigo, tras horas de negociaciones en la cocina con una sopa o una croqueta que prodigiosamente hace bola en la despensa que Nacho tiene por carrillos, o tras pasarme una tarde entera tratando de hacer entender a Diana porqué la manía o la necesidad de agrupar las cosas en decenas y unidades o la gran incógnita de la diferencia entre números pares e impares o porqué es necesario lavarse la cabeza aunque no "rasque".
Me horroriza ser para mis hijos sólo quien les marque los límites constantemente y les exige y que prefieran irse con sus tíos o a casa de sus amigos donde pasar una tarde de risas y asueto donde por supuesto la vida es más divertida sin la pesada de mamá o el poco condescendiente papá.
No había yo pensado en ese papel desagradable que nos toca. Cuando acariciamos nuestros sueños y formamos nuestras expectativas no tenemos en cuenta todas estas objeciones, pasamos por encima de ellas –si es que las consideramos- muy de puntillas y con mucha prepotencia.
Luego toca enfrentarse a todo ello y tenemos dos opciones o cerramos los ojos y seguimos adelante como quien se lo lleva la marea o tratamos de remar a contracorriente buscando alternativas para llegar a orillas de la tierra prometida… desgastándonos y agotándonos.
Tengo que reconocer que a veces reúno fuerzas y remo y paleteo y me agoto con la sensación de que otra vez la corriente me arrastró hacia donde no quería ir. Y cada mañana me despierto soñando con encontrar la manera de llegar a la orilla.

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