Personas y relaciones personales muy importantes en mi vida no las hubiera podido conocer o mantener el contacto, si no hubiera sido por internet, con su instantaneidad y acercamiento, con sus foros y sus blogs han propiciado “encuentros” que para mi han sido muy valiosos.
Una de estas personas es Montse, coincidimos en los foros de adopción. Aunque nos separan muchísimos kilómetros y -hasta el atlántico- Quiso la red que nos encontráramos en un foro con padres destinados a adoptar en Kazajstán, quiso el destino que nuestros caminos se cruzaran en el ciberespacio y que poco a poco camináramos juntas y en paralelo en este viaje tan aventurado y comprometido que es el de la maternidad por adopción.
Tras tres años de charlas telefónicas e intercambios de emails y mensajes llegaba por fin el momento de encontrarnos en persona. Por fin íbamos a coincidir en el tiempo y el espacio geográfico, en su pueblo natal: LLodio.
Muchas personas ven en internet una especie de “agujero negro”, yo lo veo como una herramienta inestimable, como un inmenso kiosco donde puedes adquirir desde un buen libro, (o toda la información que desees sobre él) a un tebeo, ¡claro que también puedes adquirir pornografía! Eso está en el que usa la red, como en el que va al kiosco.

Dejando para la vuelta el paso por Logroño tierra de nacimiento de mi abuelo materno fuimos directamente a Llodio, donde teníamos una cita muy especial: íbamos a “conocer” a esa intima amiga mía, compañera de peregrinaje en el camino de la adopción en Kazajstán y aún más si cabe en la accidentada senda de la maternidad, a quien durante más de tres años he consultado, confiado y confesado mis más íntimos miedos antes y después de convertirme en madre, con quien me he desahogado y con la que he reflexionado mucho, quien como madre con experiencia me ha ayudado a encontrar estrategias o las ha buscado conmigo. Una de esas personas que si no fuese gracias a la red probablemente nunca hubiera conocido.
El encuentro con ella y con sus hijos –su marido aún no había podido coger las vacaciones-, fue del todo emotivo, abrazar a quien tantas veces te ha arropado con consejos y palabras de aliento, tiene una carga emocional que aflora a mis ojos incluso ahora que escribo sobre ello.
-Tú eres más guapa en persona que en foto…
-Vaya ojos que tienes…!
-Pues tu vaya melena!
Eso y el natural nerviosismo duró solo un momento porque inmediatamente pasamos a encontrarnos muy cómodas juntas, todo era tan familiar y tan “íntimamente conocido” que nada nos era ajeno.Ni mis hijos, ni sus hijos, ni siquiera sus caras ni sus voces, Y Eduardo y Montse se cayeron bien enseguida igual que sucediera días después con Iosu. Un hombre encantador.
Compartimos una comida y una tarde maravillosa que se nos pasó en un suspirito montando a los niños en castillos hinchables y toros mecánicos y entre risas y niños y con promesa de encontrarnos dos días después en Bilbao nos despedimos con lo más parecido a un hasta luego.
Tras llegar al alojamiento, asearnos y arreglarnos un poco nos fuimos a Bilbao a cenar ¡Era la semana grande! ¡Que ambientazo! Que bonita estaba la ciudad y qué acogedora, tras conseguir un parking y mientras esperábamos nuestro turno, internet nos facilitó el programa de fiestas de ese día y los venideros:
En media hora empezarían los fuegos artificiales que a juzgar por cómo se estaba llenando de gente –sobre todo familias- la margen del rio debía merecer mucho la pena.
Nos hicimos de unos bocadillos, unas bebidas y nos buscamos un huequito a la espera de que empezara.
Yo no sabía si a Nacho le daría miedo, ni cómo reaccionaría, de hecho no sabía cómo reaccionaría yo misma, pero el ambiente el lugar y la excelente temperatura invitaban a quedarse a averiguarlo.
Se apagaron todas las luces de la calle, hasta la de la noria y otras atracciones que se veían enfrente de donde nos situamos y con un sonido atronador empezó el espectáculo. Nacho y Diana nos miraron asustados al primer estruendo y al ver la algarabía de los que nos rodeaban y nuestra propia alegría reaccionaron a su vez con asombro pero al momento se sumaron a esa alegría y admiraron maravillados el ensordecedor y a la vez increíble espectáculo de luces.
Nuestra llegada a la tierra de origen de Eduardo no podía haber tenido un comienzo mejor que el abrazo de nuestra amiga vasca y el recibimiento con ese espectáculo de luz y color, nos hizo sentirnos desde luego “muy cerca del cielo”.