
Este tiempo, este camino que hemos recorrido hasta aquí juntos se me asemeja como un saco lleno de sorpresas que metes la mano y sale algo maravilloso y otra vez la metes y cambia y es un disgusto o un susto, otra vez bueno, dos y medio regular, ahora uno mejor y ahora una ceja rota, ahora un me he caído y ahora un no quiero, ahora un ¿mamá me quieres? Y ahora un ya-no-soy-tu-amigo….y así cada día salen del saco trescientas situaciones distintas de media…dependiendo del tiempo que estemos juntos, entre semana la media baja bastante y los fines de semana puede ser un torbellino… como torbellino es Nacho, que cada vez se parece más a bebé TAZ ese simpático diablillo de Tasmania de la Warner que se hace un remolino y cambia en un segundo.
Diana tiene un saquito más liviano, pero tampoco está exenta de sorpresas, sus cambios de humor no son tan drásticos y la verdad es que trata por todos los medios de compensar sus bataholas y pone tanto empeño en hacer y en aprender que es muy fácil bajar la guardia y tal vez por eso los descalabrillos o desatinos por no esperados te cogen más desprevenida.
El caso es que por esa constante tensión, esos pulsos, ese medir los limites “hasta donde” que no cesa, termina una envarándose y con la sensación de estar recortando límites y formulando normas constantemente porque entre noes y tiras y aflojas se pasan los días con muchas dudas e inseguridades en el personal e intransferible método educativo, siempre en estado mutante (ahora aflojando, ahora tensando), donde ya una se cuestiona si matar en presencia de los niños una araña peluda que se pasea campante por la moldura de la pared , es incitarles a la violencia.
Mi madre padecía aracnofobia con lo que solíamos ser nosotros los que acabábamos exterminando al bicho, normalmente por el método no siempre aséptico del zapatillazo y hasta la fecha creo que ninguno de los tres somos sádicos ni sanguinarios, incluso somos amantes de los animales, pero ahora todo es susceptible de provocar daños irreparables en las mentes infantiles, con lo que añado más inseguridades a mi proceder.
Mi madre padecía aracnofobia con lo que solíamos ser nosotros los que acabábamos exterminando al bicho, normalmente por el método no siempre aséptico del zapatillazo y hasta la fecha creo que ninguno de los tres somos sádicos ni sanguinarios, incluso somos amantes de los animales, pero ahora todo es susceptible de provocar daños irreparables en las mentes infantiles, con lo que añado más inseguridades a mi proceder.
Dudas aparte y volviendo a los vaivenes de la maternidad, lo que priman por supuesto son esos momentos impagables, esos besos de compota de Nacho y esos abracitos de Diana -mi niña tierna, mi niña querida-,por detrás cuando estoy trabajando en la cocina, y “mamá te he echado de menos” y mamá “yo soy tu bebé” " y “mamá no te "valles"”-cuando tengo que irme a trabajar y Nacho se me cuelga del cuello…
Y en estos es en los que quiero pararme hoy, ahora que de pronto me creció el bebé y la niña casi está de alta como yo, ahora que estoy sensiblona con las fechas en las que estamos, que parece que el otoño acaba de volver (o al menos asomarse tímidamente) me he parado a repasar qué recuerdos son los que perduran en mi memoria de hija sobre todas las cosas.
Sobre todas las cosas lo que recuerdo y que más añoro, tiene que ver con la proximidad, con el tacto,el calor... su mano fría en mi frente cuando me subía la fiebre, o su manita tibia en mi barriga como haciendo olas, si era esta la que me dolía.
Y me he acordado de cuando de vuelta del cole buscaba a mi madre por toda la casa y me gustaba notarla calentita y de como me calentaba las manos y me decía “¡estás helada!” o al revés cuando ella volvía de la calle envuelta en frío, un frío que potenciaba su olor, un personal y maravilloso olor a perfume Madame Rochas que nunca me ha vuelto a oler igual sin ella, ni lo reconozco en nadie más. Tal vez por eso anoche que regresé tarde, antes de entrar al dormitorio donde ya dormían los niños me rocié con un poquito de perfume, del que uso siempre,que me había puesto temprano a la mañana, para que también ellos inconscientemente o no, puedan tener un recuerdo parecido.
Y en estos es en los que quiero pararme hoy, ahora que de pronto me creció el bebé y la niña casi está de alta como yo, ahora que estoy sensiblona con las fechas en las que estamos, que parece que el otoño acaba de volver (o al menos asomarse tímidamente) me he parado a repasar qué recuerdos son los que perduran en mi memoria de hija sobre todas las cosas.
Y me he acordado de cuando de vuelta del cole buscaba a mi madre por toda la casa y me gustaba notarla calentita y de como me calentaba las manos y me decía “¡estás helada!” o al revés cuando ella volvía de la calle envuelta en frío, un frío que potenciaba su olor, un personal y maravilloso olor a perfume Madame Rochas que nunca me ha vuelto a oler igual sin ella, ni lo reconozco en nadie más. Tal vez por eso anoche que regresé tarde, antes de entrar al dormitorio donde ya dormían los niños me rocié con un poquito de perfume, del que uso siempre,que me había puesto temprano a la mañana, para que también ellos inconscientemente o no, puedan tener un recuerdo parecido.

Nacho, esta madrugada vino a mi cama a acurrucarse a mi lado, como hace cada vez que no les doy “el beso” de buenas noches antes de dormir. Lo del beso es un decir, porque nunca es uno sino mil repartidos -eso si-, equitativamente entre los dos, que parece que los cuenten.
-Ahora a mí...!
-Ahora a mí...!
-En la barriga...!
-A mi también en la barriga…!(y me enseñan el ombligo)
-Uno de tortuga!
-Yo uno de pez!...
-Ahora a mi bebé (y Diana me da a besar a su muñeca)
-Y ahora a mi caballo…
Cuando Nacho viene a la cama de madrugada, en ese acurrucarse a mi lado reconozco la calidez del abrazo desde el otro lado, lo que no recuerdo es si mi madre –como ahora hago yo- imponía sus condiciones.
Las mías son: no chuparse el dedo para dormir y no subirse a la cama sin haber hecho antes pipí.(Esta norma está dictada por humedecidas experiencias anteriores) y con la condición –una más-, que cuando se quede dormido lo devuelvo a su cama.

De más pequeñito intentaba dormir con nosotros y le gustaba subirse encima de mí y dormir hecho una ranita sobre mí pecho, ahora ya se ha puesto grande y se sale por todas partes y acaba hecho un tetris con sus piernas como “sentado” en mis piernas, su cabeza sobre mi brazo muy pegadito a mí y le da igual que haga calor como que haga frío la postura es siempre lo más achuchadica posible y es algo que me encanta..., tanto que me cuesta llevarlo a su cama al ratito de dormirse, pero sé que acabaríamos teniendo un problema de superpoblación durmiendo los cuatro en nuestra cama.
Cuando éramos pequeños y mi padre salía de viaje, nos rifábamos entre los hermanos el dormir con nuestra madre, y no disimulábamos nuestra alegría cuando nos enterábamos de que se iba de viaje porque nos encantaba dormir con mamá, además estaba el valor añadido de que en la habitación de mis padres había tele (en blanco y negro) y si el programa no tenía rombos mi madre nos dejaba verla un ratito abrazaditos a ella antes de apagar la luz.
Es posible que mi deseo de crear recuerdos venga inspirado por la ausencia de mi madre, porque son lo que tengo de ella y sé lo importante que es atesorarlos. En mi niñez más temprana, en los recuerdos más tiernos, todos tienen como co-protagonista a mi madre, que por ser la mía era única y especial.
Hoy me veo en mi papel de madre, repasando recuerdos de hija y momentos entrañables que estoy atesorando como madre y me aflige el que no puedo preguntarle a la mía por sus recuerdos,por los míos, por mis cosas de niña, por sus estrategias para enseñarme.