En estos días en mi universo particular se han congregado diversos astros en una especie de constelación que hay quien denomina coincidencias y otros más “progresados” nombrarían como señales. En todo caso no sé si son antes mis preguntas o las contestaciones -que no las respuestas- que de manera casual me he ido encontrando que, aunque no me satisfacen al menos me ponen en la actitud de introspección.
Entre otras cosas me ha hecho reflexionar mucho la entrada de otra madre en su blog hablando con el corazón entreabierto, como parecemos hablar muchos en este medio, ya que es la sensación que me da el leer y que me lean, es como quien deja la puerta entornada y aunque la invitación a pasar no es explícita si está implícita en el mero hecho de escribir aquí “en abierto”.

La entrada de esa madre hablando de cómo su maternidad la ha hecho revisar su infancia decía así:
“Siempre había pensado que mi infancia había sido buena… Cuando llegó mi hija y me convertí en madre, mi infancia volvió a mi sin yo buscarlo y, sin más, dejó de ser una época dichosa… aparecieron sombras, rincones empolvados, silencios, los recuerdos crujían… Apareció ante mí una niña sombría, observadora y silenciosa... a la que siempre he llevado de la mano sin prestarle atención.
Y descubrí algo que me guía cada día en mi relación con mi hija: el amor no es suficiente para criar a un hijo.”
Esto dicho de una manera tan bonita ha provocado que esos idénticos sentimientos remonten una capa más arriba en mis sensaciones, emergiendo a la superficie e identificando emociones que no acababa de reconocer. Los mismos crujidos, la misma sensación de unos ojos escrutadores, de estar observada desde mi interior, la diferencia es que “mi niña” no calla, es esa crítica inconmovible que llevo dentro y que me exige y que me sigue criticona con mi misma voz y esos recuerdos desvencijados e incompletos retornan para acompañar mi nueva andadura de madre como piedras en mis zapatos.
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Feng Lu Min |

Ayer con mis molestos guijarros y aturdida por esa espiral concéntrica que es la rutina de mi vida, me asomé de la mano de Eduard Punset, Rafael Bisquerra y Esther García Navarro a un abismo emocional que me produjo una enorme sensación de vértigo.
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Mientras buceaba entre oleadas de amena y fantástica oratoria, me di cuenta de lo lejos que me quedaba la orilla, de mi cojera emocional y esa sensación de impostora que a veces me asalta cuando trato de adiestrar los impulsos emocionales de mis hijos.
¿Cómo puedo yo educar las emociones de nadie si yo misma tengo las mías en estado primitivo?
¿Cómo inculcarles el sabio manejo de sus arrebatos cuando soy yo la primera que los tengo en estado silvestre?
Y ya refiriéndose a la responsabilidad de educar libres a nuestros hijos me sobreviene el desmayo…
El tomar conciencia de que mi tarea más ardua como madre va a ser intentar no transferirles a mis hijos mis muchas frustraciones.
El sólo hecho de este pensamiento me provoca tal cargo de responsabilidad que me pone al borde de un ataque de pánico y me provoca una sensación angustiosa de parálisis e impotencia precoz, precoz por sobrevenirme en su totalidad y por anticipado. Me parece una empresa colosal para la que me siento nada preparada.
Ahora, esta noche sentada al borde de la media noche con el alma y los pies desnudos me paraliza hasta el simple hecho de enfrentarme a mi lado personal más brutalmente sincero y enumerar en una lista esas frustraciones que arrastro como cadenas que me inmovilizan y me impiden avanzar crecer y madurar.
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Zhang Liufeng |
La edad no te hace más madura, te hace más mayor. Justo en esta época de mi vida en la que todo mi ser es pura transición física y mental me percibo como una serpiente que mudara la piel despojándome de la mujer que fui o más bien de la que creía ser para enfrentarme con los restos de la que queda.
Tal vez la juventud esté sobrevalorada, no lo sé, pero la madurez es una falacia, es como si en vez de una escalada de conocimientos y sabiduría que te remontara a la plenitud, fuera un descenso en caída libre de dudas incertidumbres y limitaciones.
Tal vez la juventud esté sobrevalorada, no lo sé, pero la madurez es una falacia, es como si en vez de una escalada de conocimientos y sabiduría que te remontara a la plenitud, fuera un descenso en caída libre de dudas incertidumbres y limitaciones.
Voy acostumbrándome a la invisibilidad que desde hace un tiempo me envuelve como una espesa bruma donde antes había luz y presencia, incluso empiezo a aceptarla en su calidad de cómoda y verla como una ventaja.
¡Qué fácil era hablar de la mujer madura que sería cuando desde el espejo me miraba otra distinta a la de ahora a la que a veces no reconozco, a veces por fuera, pero tampoco por dentro…!
¡Qué fácil era hablar de la mujer madura que sería cuando desde el espejo me miraba otra distinta a la de ahora a la que a veces no reconozco, a veces por fuera, pero tampoco por dentro…!
Me miro al espejo y al interior y de paso repaso mis intimas frustraciones mirando las mismas arrugas de mi madre y sus ojos (no en vano teníamos gestos parecidos) ya me parezco tanto que a veces le hago preguntas mirándome a sus ojos esperando sus respuestas ( ¡si fuera verdad que la respuesta está dentro de nosotros mismos…!)
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Ning Lee |
Parece mentira pero de nuevo ahora y a estas alturas me vuelvo a sentir perdida por no tener a quien preguntarle sobre mis recuerdos y es que a veces me parece que custodio cáscaras de huevo vacías de aquella infancia que también chirría desde los rincones de una memoria flaca y huérfana de respuestas que me ayuden a configurar el puzle de mis emociones, he buscar la manera de entender esa recién descubierta cojera sentimental que me acucia, para ponerle remedio y evitar pasar el testigo de mis fallas a mis hijos.
Quiero creer que cada uno de manera mas o menos casual encontramos nuestra misión en este mundo, nadie es indispensable, es cierto, pero ¿y si pudiéramos "iluminar" la vida de los demás con nuestro trabajo o con una historia, con una frase, o prestándo la atención que se merecen...?