Según dicen llegó el otoño. Le temo y lo deseo, el otoño siempre ha sido punto y final y principio de muchas etapas importantes de mi vida.
En otoño se separaron unos padres que nunca dejaron de contender por la predilección de sus hijos en detrimento del otro.
Los sucesivos cambios de ciudad, de casa, de colegio, de compañeros y hasta de amigos.

El mismo otoño en que aprendí a hacer lo único que ella no me había enseñado y que cada año desde que nos dejó le “reprocho”: no me enseñó a vivir sin ella.
En otro otoño –muchos años de una vida detenida entre paréntesis después- aprendí a vivir conmigo misma, viviendo sola de verdad, una nueva vida, llena de vida.
Cinco años después, otro otoño me haría vivir uno de los momentos más felices de mi entonces muy feliz vida: el día de mi boda con Eduardo. Nada ni nadie podría haberlo empañado.
Comenzamos nuestra vida juntos en otoño con la realización de un sueño largamente acariciado: vivir un otoño de Nueva York.
La enfermedad de Eduardo nos vino en otoño, casi recién casados, en plena luna de miel, la muerte llamó a su vida en tres ocasiones y ninguna pudo con él. Luchamos codo con codo aunque la verdadera lucha la libró él. Nuestra vida tal y cómo la concebimos nunca volvió a ser la misma.
Salimos victoriosos y más fuertes. Pero en el camino cayó y se secó como una hoja, la inocencia del que se cree invulnerable.
También mi hermano pequeño escogió esta época tan significativa para celebrar su unión de tantos años con su compañera de toda una vida de avatares. Aquel fue un día feliz e importante también para mí.
También mi hermano pequeño escogió esta época tan significativa para celebrar su unión de tantos años con su compañera de toda una vida de avatares. Aquel fue un día feliz e importante también para mí.
Para hablar del último y más importante otoño de mi vida vuelvo muchos años atrás porque no he contado que entre aquel paréntesis en el que estuvo mi biografía en estado latente, hubo un otoño en el que por sexta y definitiva fallida vez me despedía con mucho dolor y para siempre –nunca se puede decir para siempre- de la maternidad.
Muchos otoños después, en la aventura más intensa que he vivido, conocí -en un país tan lejano que nadie conocía su existencia- a los niños que me convertirían para siempre en su persona más incondicional, rescatándome del vacío que sentía mi corazón y todo mi ser de ese amor de ida y vuelta que cada día se fragua más sólido en el corazón de mis hijos y enseñándome a amar de una manera incondicional y también enseñándome a admirar a mis hijos por amarnos a su padre y a mí de esa forma definitiva, pese a nuestros fallos y nuestras normas que no dejan de ser exigencias.
Muchos otoños después, en la aventura más intensa que he vivido, conocí -en un país tan lejano que nadie conocía su existencia- a los niños que me convertirían para siempre en su persona más incondicional, rescatándome del vacío que sentía mi corazón y todo mi ser de ese amor de ida y vuelta que cada día se fragua más sólido en el corazón de mis hijos y enseñándome a amar de una manera incondicional y también enseñándome a admirar a mis hijos por amarnos a su padre y a mí de esa forma definitiva, pese a nuestros fallos y nuestras normas que no dejan de ser exigencias.
Ellos nos quieren así, imperfectos y así nos aceptaron desde el primer día, ¡tan pequeños! y en cambio nosotros, los adultos y bien preparados, tuvimos que aprender a quererles como eran poco a poco e incluso organizar nuestro intimo duelo por los hijos idealizados. ¡Qué amarga ironía! Tantos años soñando unos hijos y cuando al fin se materializan en unos maravillosos niños de mirada rasgada y abrazos intensos, en tu interior hay una pugna por terminar de asimilar y aceptar lo que hoy creo que ni en sueños podríamos haber planeado.
Pero el ser humano es así, al menos yo soy así y no me creo distinta. Cuando se persigue algo con tanta vehemencia, la mente crea expectativas que aunque sean superadas por otros aspectos no descritos en los sueños, tardas en acomodarte y te cuesta.
También en mi sueño de ser madre. Tres años, hace que soy su madre y cada día los amo más, -el corazón tiene una capacidad infinita-, pero hasta ese amor he tenido que enraizarlo y aunque no creo que pueda ya quererlos más profundamente, aún considero que me falta mucho por aprender de lo qué más me han enseñado mis hijos: de mi misma y mis propios sentimientos.

A vueltas con el otoño, dicen que puntual llegó ayer a las cuatro de la tarde hora española. Debió de ser en otra parte, porque por aquí ni se ha asomado, aquí no, aquí las únicas estaciones que se ven son las estaciones de servicio. He salido a observar a la higuera ,un precioso regalo que plantamos detrás de nuestra casa y tiene todas las hojas , yo diría que está mas verde y frondosa que nunca.
Bueno, el otoño seguro que está en alguna parte, mientras puedo ir en su busca, lo busco en imágenes tipicas que atesoro como una promesa: algún día, en alguna parte viviré y pasearé las tardes de otoño que deseo, porque a pesar de todos los otoños y de todas las cosas que he vivido en los otoños de mi vida, siguen siendo los colores favoritos de mis paisajes favoritos, esos que tanto añoro.
Llega el otoño y en mi reloj interior se enciende la alarma, y mi corazón se pone en alerta… ¡Tantas cosas han cambiado en tantos otoños!
Llega el otoño y en mi reloj interior se enciende la alarma, y mi corazón se pone en alerta… ¡Tantas cosas han cambiado en tantos otoños!