Antes de conocer a mis hijos y después de haber leído
opiniones en los foros y haber mantenido muchas
conversaciones con madres aspirantes
como yo, decidí que “la señora
que te tuvo en su barriga” era un término perfecto para nombrar a la mujer que
trajo al mundo a mis hijos. En una misma
frase recordaba al niño que había nacido de otro vientre, y le otorgaba una
frialdad y lejanía a una figura que sentía amenazadora.
Era un tema que me escocía. Cuando trataba de integrar a aquella mujer en mi futura historia
leía definiciones que me reforzaban en
mi papel de madre: “Madre es la
que ejerce”, “madre es la que cría”, “madre es la que se apunta y no la que se
borra”, “ madre es la que pasa las noches y los días en desvelo”…y “madre no
hay más que una y a ti… “ ¡Qué dimensión tan distinta toma ese refrán cuando lo
pensamos en término de adopción! ¡Cuánto me duele y cómo me chirría!
Ya teniendo a mis hijos conmigo, llegué a enfadarme mucho
con “la señora que los tuvo en su barriga”, cuando tropezamos con los problemas
y dificultades en el desarrollo y por ejemplo, cuando de noche, para dar a mi hija el último beso del día la tenía que desmomificar porque oscuros recuerdos la
obligan a esconderse entre las sábanas, cada noche…a aquella señora la culpaba
sin remisión del dolor que mis hijos llevarían para siempre tatuado en su
corazón.
Me enfadé mucho y creyéndome en posesión de la razón, lo
hice en voz alta en este blog, en uno de los
que llamaba “escritos terapéuticos” y tuve la suerte de que “me oyera” Marga Muñiz Aguilar y que se decidiera a llamarme. En aquella charla sobre “la
señora que tuvo en la barriga” a mis hijos aprendí muchas cosas de ella, de mí y
de mis hijos.
Marga no nos conocía a ninguno, pero como madre adoptiva de dos niñas, y por su trayectoria como orientadora educativa, terapeuta y escritora experta en temas adoptivos supo abrirme los ojos y que mirara de otra manera a la madre biológica de mis hijos, a mis hijos y a mí, que tan errada y ciega podía llegar a estar.
Marga no nos conocía a ninguno, pero como madre adoptiva de dos niñas, y por su trayectoria como orientadora educativa, terapeuta y escritora experta en temas adoptivos supo abrirme los ojos y que mirara de otra manera a la madre biológica de mis hijos, a mis hijos y a mí, que tan errada y ciega podía llegar a estar.
Hablamos de las condiciones del país de origen de mis hijos y de las posibles
circunstancias de aquella familia y
también de aquella mujer, que dio a luz a mis hijos, esos hijos que poseen sin
duda sus rasgos, unos rasgos que adoro. No hacía falta conocer la historia
completa, no hacía falta disculparla, sólo tratar de entender... y me di
cuenta que tenía que integrarla en nuestra familia y en la vida de mis hijos para que mis hijos pudieran airear esa parte que yo, con todo mi ser -con mis
palabras, mi aprendida frase protocolaria y mi lenguaje corporal-, exteriorizaba
como alguien deplorable. Aunque a mis hijos tratara de ocultarles mi desaprobación, seguramente no lo conseguía, nadie es tan
buena actriz.
Tras reflexionar mucho
después de aquella conversación, llegue a la conclusión de que no podía dar
a mis hijos ni siquiera inconscientemente el mensaje de desagrado sobre quien
les dio la vida.
Ahí empezó mi metamorfosis.
Madre en asuntos de adopción había más de una, madres hay
dos: la de nacimiento, la que tuvo a mis hijos en su vientre y le dio los
rasgos, su genética y mucho más…les dio
la vida. Y yo, su madre adoptiva, quien comparte esa vida que hoy viven a mi lado por múltiples circunstancias. Soy feliz de que así sea pero no es la felicidad lo que les trajo a mi vida.

Y sabía que no había nacido en mi barriga, y sabía que
fuimos a buscarlo a un orfanato…pero enterarse de que “yo era su segunda madre”
cómo le anunció su hermana de once años fue una noticia tan sorprendente para él
que le costó mucho asimilarla.
Para ayudarle en ese proceso, para ayudarle a dar perspectiva a lo que estaba experimentando y que pudiera ver desde fuera lo que estaba viviendo de manera tan dolorosa, escribí el cuento “Yo tengo dos mamás”.
Para ayudarle en ese proceso, para ayudarle a dar perspectiva a lo que estaba experimentando y que pudiera ver desde fuera lo que estaba viviendo de manera tan dolorosa, escribí el cuento “Yo tengo dos mamás”.
No me inventé nada, desde sus zapatos argumenté el proceso
por el que estaba atravesando su turbación, sus reparos y sus dudas,
para llegar a la única conclusión posible..."El corazón es muy grande y en él caben todas las personas a las que queremos".
Cuando se lo entregué para que lo leyera… bueno, esa misma noche y en los días siguientes, pude observar cómo mi niño, el de siempre, había vuelto de los infiernos a los que le había llevado el enterarse de que antes que yo tuvo otra madre: su madre de nacimiento.
Cuando se lo entregué para que lo leyera… bueno, esa misma noche y en los días siguientes, pude observar cómo mi niño, el de siempre, había vuelto de los infiernos a los que le había llevado el enterarse de que antes que yo tuvo otra madre: su madre de nacimiento.
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