Me gustaría empezar esta carta diciendo queridos “compañeros” pero no puedo.
No sé cómo dirigirme a vosotros aunque si tengo claro a
quienes me dirijo y porqué.
Escribo esta carta para darle voz a alguien que hoy está
sufriendo lo que muchos niños en las escuelas, en los institutos, de forma
silenciosa están padeciendo. Me lo ha pedido una madre, -de madre a madre-, para
intentar parar lo que algunos dicen “son sólo cosas de niños”, pero que con las
que día a día sin tregua, lastiman a su hija y que le están amargando la vida.
Con esta carta no voy a señalar a nadie, pero si alguien se siente señalado que sepa
que esa es exactamente mi intención y con ella espero hacer visible lo que parece que no
se ve y que está a la orden del día, hasta le hemos puesto un nombre extranjero para actualizarlo, para disfrazarlo o encubrirlo más,porque parece invisible para muchos ojos adultos que están más cómodos
mirando para otro lado o negándose lo que ven. La hipocresía es el velo de la
malicia y puede dejar huellas muy profundas en unos ojos infantiles que a la
fuerza están aprendiendo su significado. Luego más adelante ya nunca será
invisible para ellos, incluso podrán olerla. Porque apesta.
Quiero en
voz alta ponerme delante de todos esos niños que sienten el enemigo en quienes
deberían llamar compañeros. Quiero creer, aunque ahora me cuesta, que entre
esas paredes- las de la clase, las del colegio-, no hay nadie malo, malo de
verdad, nadie que quiera hacer de verdad daño, pero no me explico las razones de
ese aire viciado que a veces se respira. No llego a entender lo que provoca que
niños y niñas esencialmente buenos cuando están fuera y solos, luego en el
patio del colegio o en los pasillos o entre clases cuando están en grupo, se
trasformen en personas… no, personas no, en seres hostiles que usan las palabras
como afilados punzones atacando a quien menos lo merece, a quien debería estar
más protegido, más incluido, al diferente, al que está triste, al que tiene un
problema, o al que lo tiene por ir a la escuela. Porque cuando alguien se
siente inseguro se vuelve vulnerable y basta que cualquiera que se hace fuerte parapetado
entre otros, le señale su indefensión y desde esa artificial fortaleza, resalte lo que le aflige, lo que le preocupa, sus miedos o sus fantasmas, para
que se vuelvan abrumadores, consiguiendo la dudosa hazaña de dañarle
gravemente.
Reconozco que duele lo que decís, para eso lo hacéis, pero haciéndolo
perdéis el epígrafe de de seres humanos, porque ser humano es tener la capacidad
de pensar, amar, reflexionar, interactuar con otras personas y escoger la
manera de hacerlo. Quien escoge la crueldad se deshumaniza.
Tal vez quienes haciendo esto se consideran normales tengan
miedo a lo que ellos piensan que no es normal, que es diferente, da lo mismo
que sea alguien de otra raza o de otro país o que vista o sienta de otra manera,
que tenga una discapacidad o que su familia se haya roto o se haya formado de
manera distinta a la suya. Cualquier cosa que no entiendan la rechazan y su
forma de rechazarla es el desprecio y la ofensa. Esa incomprensión es en
realidad ignorancia.
Los padres creemos que nuestros hijos están a salvo en el
colegio. Pensamos que al colegio los niños van a remediar la ignorancia no
la ingenuidad y para aprender a estar con los demás, a estar bien -se supone-,
sean iguales o diferentes. Que se trata de formar personas, de edificar futuros,
y en cambio parece que algunos sólo levantan muros desde los que arrojar palabras como piedras. Ojalá esta carta sirva para desmoronar alguno de esos muros.
Tal vez aún se esté a tiempo de conjurar algún valor arrinconado,
de recordar aquello de “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a
ti” y transmitir el coraje para decir “se acabó”, “yo- -ya- no- más…y tu tampoco”. Se necesitan muy pocos valientes
para parar a muchos cobardes.
Ojalá lleguen estas palabras a algunos de los que ponéis
las cosas tan difíciles a otras niñas o niños porque no habéis aprendido a
poneros en los zapatos de los demás. Pensad que un día necesitaréis -seguro-
que alguien se ponga en vuestros zapatos, y sentiréis en vuestras propias carnes
toda la incomprensión con la que ahora tratáis de dilapidarles, porque no podréis
esperar otra cosa, porque cuando seáis el débil, el preocupado, el triste,
otros como vosotros ahora, planearan con su sombra sobre vosotros, intentando
asustaros más, debilitaros más, entristeceros hasta llegar al límite. Y si en vuestra
osadía llegarais a empujar a alguien más allá, hasta donde no se vuelve, disimularéis
ante todos y ante vosotros mismos, intentando no saberos culpables. Pero no
podréis. Ya ha sucedido.
A lo peor pensáis que la crueldad es un juego, como esos juegos
virtuales donde los personajes no son auténticos y que os entretiene el jugar a
perseguir y acosar incluso probar a pasar de nivel y lo contempléis como un
pasatiempo con el que sentiros valientes y fuertes, aunque sea mentira.
Lo mismo algunos de vosotros tenéis miedo a que si dejáis de
hacerlo, si dejáis de apoyar a los que lo hacen, los demás se vuelvan contra
vosotros, os miren y descubran que también tenéis diferencias o heridas que
escondéis haciendo el eco a las burlas. O aún peor, que penséis que esto no va
con vosotros, los que no habéis insultado pero que tampoco habéis parado los
insultos. Mirar para otro lado no os hace distintos… Ah!, se me olvidaba! de
eso se trata ¿no? De no ser diferente.
Pues si de eso se trata ser iguales, qué suerte, pese a vosotros,
el ser diferente.