No es fácil tratar de explicar lo que lleva a una pareja a miles de
kilómetros persiguiendo un sueño a cambiar las perspectivas, mudar los límites
y formar parte como una ficha en un sistema oscuro y viciado donde el único
comodín es el dinero. Qué es lo que les mueve a superar obstáculos y a poner en
peligro la estabilidad personal, emocional y conyugal, a sellar viejas
rencillas familiares y a descubrir resentimientos ocultos. No es fácil que
alguien entienda que el deseo de ser padres puede más que la razón, que el
miedo o la prudencia. Pero Daniela Fejerman consigue explicarlo, y lo hace
contando una historia que trasciende más allá de la pantalla, que te hunde en
la butaca a medida que ves cómo sus protagonistas: Natalia y Daniel
interpretados por Nora Navas y Francesc Garrido con un trabajo actoral soberbio
que se traduce en cada gesto, en cada mirada, a cada frase, van hundiéndose en
un proceso pervertido, van forcejeando con una burocracia corrompida,
extraviando sus expectativas por despachos y consultas de cínicos funcionarios
de los que dependen sus esperanzas, esas que no llegan a perder aun cuando lo
creen ya todo perdido, esas que les mantienen en aquel país y les obligan a no
cejar en el empeño que casi les descompone como personas y como pareja.
Quiero volverla a ver. La primera vez me sentí tan identificada con la
historia que la viví intensamente como si reviviera muchas de mis propias
vivencias, y espero en la próxima ocasión poder poner distancia y disfrutar
de cada matiz de la película, de su luz, que es casi otro personaje, de
sus diálogos y de esas señas de identidad del buen cine de autor que tanto me
gusta.
La película es una
historia no sólo de adopción o de PROCESOS VICIADOS es una historia de
superación de lucha y de denuncia.
Quien asista a la película y conozca el mundo que describe no podrá sino
asombrarse de cómo se materializan situaciones que casi pueden llegar a
ser, en según qué países, generalidades, y quien desconozca el ambiente y la
trama que envuelve a la historia que, sin remedio involucra al espectador, no
podrá por menos que reconocer que ha asistido a un relato impresionante, casi
un documento gráfico de lo que en muchos países sucede con los niños que viven
bajo protección de un sistema nada fiable. Desde la negativa comúnmente
aceptada de conceder un niño sano a adoptantes extranjeros, hasta la
comercialización de los sentimientos filiales. Y que consigue mantener la
intriga del desenlace hasta el último momento en el que el escenario vuelve a
ser el mismo desde donde parte la historia.
No os la perdáis.
Mercedes Moya