Querido hijo , querida hija, esta noche cuando os de el beso
de buenas noches, el penúltimo del día, ese que os doy cuando estáis dormidos justo antes de acostarme, os diré otra vez a cada uno al oído y bajito “te quiero, para
siempre”, y digo el penúltimo porque a veces cuando en plena noche me
despierto, por la razón que sea, siempre me paso a observaros dormir, los dos
tan sosegados, aprovecho ese sueño profundo que tenéis casi siempre para
cubriros de besos, besos que sé que vuestro corazón y vuestro cerebro recoge, no
ya y sólo por resarciros del tiempo sin arrumacos, sino de manera egoísta
también por todo el tiempo que yo estuve sin poder disfrutaros.
Este mes cumplimos años juntos, años desde que nos conocimos,
y después celebraremos también el aniversario desde que por fin empezamos a
vivir todos juntos.
No sé quien, ni en donde, si en Kazajistán o en el cielo, -si
es que existe más allá de vuestros abrazos-, decidió que estaríamos juntos. No
sé qué casualidades nos congregaron aunque soy muy consciente de las causas que
nos han reunido, esas cuyas emociones hemos tenido todos que trabajar, que
dejar aflorar, y con las que hemos aprendido a convivir - las heridas emocionales tienen cicatrices tan grandes que a veces supuran o se abren sin avisar-,para llegar a ese punto mágico en el que todos nos encontramos bien.
Mi querida hija, sí, ya has vivido la mitad de tu vida con
nosotros, a ti te ha costado todo un poco más, a nosotros contigo menos. Tu
forma de ser, tus experiencias, y las que no has tenido, tu yin y tu yang, la
ingenuidad que habita en ti y que se escapa delatora por el
rabillo de esos lindos ojos de almendra tostada dulce, han sido las constantes
de nuestro viaje juntos. Cada vez que te miro me siento orgullosa y
sorprendida de la armonía de tu belleza.
No deja de conmoverme tu devoción, tu necesidad de abrazos, esa avidez de cariño
que no sacias nunca, todas las cosas que te configuran hacen de ti alguien esencial.
Ahora estás empezando a mirarme a los
ojos a la misma altura y eso me permite descubrir muchos matices nuevos que
aparecen en ti, que ya están aflorando que tú también estás descubriendo y que
muchas veces ni tu ni yo sabemos recolocar. A veces pienso que cada uno de los rasgos
del carácter de las personas es como una prenda de vestir que tenemos en el
armario de nuestro interior, que si de pequeños asoma una manga apuntando
maneras, en la adolescencia descubrimos que todas son talla XL y que es a lo
largo de la vida con mayor o menor fortuna que vamos entallándolas, a veces
zurciendo otras haciendo encaje de bolillos, para ataviarnos a medida con las habilidades que vayamos necesitando.
Tranquila, tu fondo de armario es todo
de alta costura.
Mi pequeño saltamontes, sigues queriendo ser mi bebé y eso me
encanta, espero que te dure mucho porque siempre vas a ser mi “niño
chico”, pero en cada abrazo ya beso la cima de tu cabeza sin apenas tener que
agachar la mía y me estremece lo rápido que ha pasado este tiempo, sin duda también
ese estremecimiento me lo provocan esos abrazos a los que tengo adicción y en los
que vuelcas toda tu dulzura; invariablemente, cada vez que me abrazas pegas tu
oreja a mi cuerpo, -hace poco a mi ombligo pero ahora ya llegas a oír mi corazón
acompasado al tuyo-, y abrazado a mí te demoras unos momentos, como si ese abrazo fuera un oasis en tu vida.
Y tú mi torbellino eres en ese gesto, la persona que más paz me trasmite.
No sé si el abuelo de la luna, o el destino enredado como un
ovillo de hilo rojo nos eligió , pero sí sé, mi querida familia, que yo os
elijo cada día, que me levanto y acuesto por vosotros, por los tres, que
disfruto más si lo que hago lo comparto con vosotros y que sois la causa de todas las emociones que me invaden cada día, hasta nuestras guerras y
guerrillas -que las hay y muchas porque la vida es dura y las reglas
incómodas-, porque con ellas hemos aprendido a renovar los pactos y a firmar
compromisos, y cada día (es lo bueno de vivir donde lo hacemos) siempre siempre
sale el sol.
Es nuestro aniversario, celebramos
el que para todos la vida dio un giro no por esperado menos sorprendente y
pasamos a formar parte indivisible e incondicional de la vida de cada uno. Festejamos el aniversario del nacimiento de
nuestra familia. Como todos los nacimientos fue un milagro. Nuestro milagro.
Os quiero hasta Kazajistán y
volver, porque hasta que conseguimos tener lo que hoy celebramos, para mí Kazajistán llegó a estar mucho más
lejos que la luna y el sol.
