Educar es una lucha y uno de los campos de batalla más feroces es la escuela. Allí nuestros hijos se enfrentan solos a muchas cosas, a sus compañeros, a sus profesores que no siempre les entienden, a horas de tensión y también a nosotros, sus padres, padres que tenemos que hacer encaje de bolillos para que nuestros hijos ganen en autonomía, en reponsabilidad, que tenemos que marcarnos pulsos con maestros y orientadores, con normas y metodologías que no siempre facilitan las cosas y a veces hasta con la incomprensión de otras madres, porque parece que somos las madres, y como madre hablo, las que acusamos este pecado.
Hace muy poco, en una más de las conversaciones que con otras madres como yo, mantenemos con el tema central que más nos preocupa, una de ellas me contaba que en una acampada en el colegio de sus hijos no había dejado quedarse a su hijo pequeño (8 años) a dormir porque no sabía cómo gestionaría su hijo el quedarse "solo" de noche en un escenario tan desconocido. Todas las demás madres aunque temerosas habían dejado a sus hijos por la presión social de "se queda menganito" y si menganito se queda, fulanito también se queda... pero seguro que ni menganito ni fulanito, padecen terrores nocturnos, que hacen de las noches una auténtica incertidumbre en casa de esta mamá, o que en la oscuridad, o algún ruido o circunstancia remuevan en él recuerdos de su memoria implícita y haga que su hijo se desespere y se angustie, con ese tipo de angustia indescriptible que tan pequeños ya conocen muchos niños, algo que su madre sabe, cabe muy dentro de lo posible. Las consecuencias de los traumas tempranos en la organización del cerebro infantil son imprecisas, y pueden alterar el funcionamiento de la mente por lo que su madre no siente que su hijo en este momento vaya a ser capaz de gestionar según que situaciones en las que pueda encontrarse y por eso prefirió no dejarle porque siente que no está preparado, por más que a ella le gustaría que sí lo estuviera.
La tachan -me cuenta-, de madre sobreprotectora, pero ella sabe que a su pequeño tal vez le falte un tiempo -más o menos largo-, dependiendo de como se desarrolle y madure algunos de los aspectos de su función ejecutiva, ese término de neuropiscología de lo que la mayoría de madres no han tenido que oír hablar, ni estudiar, porque no han tenido ni tienen que luchar con la flexibilidad cognitiva ni la memoria de trabajo, o con los problemas de planificación y organización. Y no estamos hablando de esos "olvidos" que con una consecuente consecuencia se reparan, del tipo de" Cariño, no es mi responsabilidad que se te hayan olvidado los deberes, es la tuya, por lo tanto mañana dices a la profesora que no los llevas porque se te olvidaron y ya verás que la próxima vez no se te olvidarán." Porque una y otra vez se les olvida y no es falta de interés ni de motivación.

Quiero romper una lanza por todas esas madres a las que no les queda otro remedio que mantener con sus hijos una gran presencia. Hijos cuya función ejecutiva les impide centrarse en los deberes, concentrase en la escuela y hacer las tareas solos y tienen que doblar la presencia y sentarse con ellos a hacer las tareas para que aprendan lo que los demás ya aprendieron o estar a su lado para que las hagan de principio a fin, a veces "prestándoles su cerebro" para que puedan entender, para que encuentren la lógica que tan sencilla parece desde fuera y para aplicar información aprendida anteriormente para resolver problemas y sobre todas las cosas para que sientan que sí son capaces. Niños que a veces necesitan una atención especial y especializada, a los que su madurez no va sincronizada al mismo par que otros niños de su clase. Niños a los que su cerebro reptiliano les mantiene secuestrados en sus intervenciones en clase,y son niños inteligentes, y son niños capaces intelectualmente, pero en los que su desarrollo madurativo no va en función de la edad, sino de otras muchas cosas, por ejemplo del tiempo en que pasaron institucionalizados, en si tuvieron malos tratos, o un escaso o nulo cuidado desde que se encontraban en el utero materno. Niños que no han vivido las mismas experiencias de quienes crecieron en la seguridad de sus hogares y bajo la protección de sus madres.
No es fácil juzgar o tal vez sí y por eso lo hacemos tan a la ligera, a madres de las que se piensan que porque se da la circunstancia de que ser madres les costó años de lucha médica y años de burocracia después, y que muchas veces su edad no acompaña cronológicamente a los hijos que educan, sean madres temerosas de dejar volar a unos hijos a los que tienen que curar sus alas y a los que han de enseñar a volar con un poquito de más paciencia y mucha más presencia bajo la mirada de soslayo de profesores u otras madres que no tuvieron que aprender de neurociencia.
Hace muy poco, en una más de las conversaciones que con otras madres como yo, mantenemos con el tema central que más nos preocupa, una de ellas me contaba que en una acampada en el colegio de sus hijos no había dejado quedarse a su hijo pequeño (8 años) a dormir porque no sabía cómo gestionaría su hijo el quedarse "solo" de noche en un escenario tan desconocido. Todas las demás madres aunque temerosas habían dejado a sus hijos por la presión social de "se queda menganito" y si menganito se queda, fulanito también se queda... pero seguro que ni menganito ni fulanito, padecen terrores nocturnos, que hacen de las noches una auténtica incertidumbre en casa de esta mamá, o que en la oscuridad, o algún ruido o circunstancia remuevan en él recuerdos de su memoria implícita y haga que su hijo se desespere y se angustie, con ese tipo de angustia indescriptible que tan pequeños ya conocen muchos niños, algo que su madre sabe, cabe muy dentro de lo posible. Las consecuencias de los traumas tempranos en la organización del cerebro infantil son imprecisas, y pueden alterar el funcionamiento de la mente por lo que su madre no siente que su hijo en este momento vaya a ser capaz de gestionar según que situaciones en las que pueda encontrarse y por eso prefirió no dejarle porque siente que no está preparado, por más que a ella le gustaría que sí lo estuviera.
La tachan -me cuenta-, de madre sobreprotectora, pero ella sabe que a su pequeño tal vez le falte un tiempo -más o menos largo-, dependiendo de como se desarrolle y madure algunos de los aspectos de su función ejecutiva, ese término de neuropiscología de lo que la mayoría de madres no han tenido que oír hablar, ni estudiar, porque no han tenido ni tienen que luchar con la flexibilidad cognitiva ni la memoria de trabajo, o con los problemas de planificación y organización. Y no estamos hablando de esos "olvidos" que con una consecuente consecuencia se reparan, del tipo de" Cariño, no es mi responsabilidad que se te hayan olvidado los deberes, es la tuya, por lo tanto mañana dices a la profesora que no los llevas porque se te olvidaron y ya verás que la próxima vez no se te olvidarán." Porque una y otra vez se les olvida y no es falta de interés ni de motivación.

Quiero romper una lanza por todas esas madres a las que no les queda otro remedio que mantener con sus hijos una gran presencia. Hijos cuya función ejecutiva les impide centrarse en los deberes, concentrase en la escuela y hacer las tareas solos y tienen que doblar la presencia y sentarse con ellos a hacer las tareas para que aprendan lo que los demás ya aprendieron o estar a su lado para que las hagan de principio a fin, a veces "prestándoles su cerebro" para que puedan entender, para que encuentren la lógica que tan sencilla parece desde fuera y para aplicar información aprendida anteriormente para resolver problemas y sobre todas las cosas para que sientan que sí son capaces. Niños que a veces necesitan una atención especial y especializada, a los que su madurez no va sincronizada al mismo par que otros niños de su clase. Niños a los que su cerebro reptiliano les mantiene secuestrados en sus intervenciones en clase,y son niños inteligentes, y son niños capaces intelectualmente, pero en los que su desarrollo madurativo no va en función de la edad, sino de otras muchas cosas, por ejemplo del tiempo en que pasaron institucionalizados, en si tuvieron malos tratos, o un escaso o nulo cuidado desde que se encontraban en el utero materno. Niños que no han vivido las mismas experiencias de quienes crecieron en la seguridad de sus hogares y bajo la protección de sus madres.
No es fácil juzgar o tal vez sí y por eso lo hacemos tan a la ligera, a madres de las que se piensan que porque se da la circunstancia de que ser madres les costó años de lucha médica y años de burocracia después, y que muchas veces su edad no acompaña cronológicamente a los hijos que educan, sean madres temerosas de dejar volar a unos hijos a los que tienen que curar sus alas y a los que han de enseñar a volar con un poquito de más paciencia y mucha más presencia bajo la mirada de soslayo de profesores u otras madres que no tuvieron que aprender de neurociencia.