
A quien me lo enseñó todo en la vida menos a no añorarla, mi madre, a la que también le costó tanto tener hijos y que disfrutaba de este día para ella tan señalado como uno de los días más bonitos del calendario.
A la madre de mis hijos aunque en Kazajistán no celebren este día hoy.
Vivido lo vivido, convertirse en madre, no ha resultado tarea fácil. Como una actriz en paro, durante años recorrí oficina tras oficina y viajé miles de kilómetros, persiguiendo un sueño, una oportunidad, -para otros una locura-, ¿Tanto luchar por un papel de suplente? Leeré en muchos ojos recelosos.
Reinventarme, improvisar, aprender con escaso acompañamiento y limitados medios a desempeñar, que no a representar, un personaje comprometido, tan ansiado como complejo. Creérmelo y hacerlo creíble, del tirón sin ensayos, sin dobles ni especialistas, hacerlo para unos niños descreídos del profundo significado que la palabra madre debe de poseer, y conquistar sus corazones de pequeños titanes, resignificando y llenando de contenidos nuevos una palabra que se les había quedado dolorosamente vacía.
Una aprendiendo a ser su madre, ellos reaprendiendo a ser hijos de nuevo. Día a día, al levantarse el telón en el gran escenario del mundo, intentando demostrar que a pesar de la biología, una “merecía” ese papel estelar, porque la maternidad y la biología no siempre van unidas, (aunque como dice Pepa Horno, facilita mucho las cosas).
No todo el mundo lo entiende así y recelan a veces de una como madre “de verdad”, y a veces de que esos superhéroes hijos míos, sean tan míos. Algunas personas se parecen a esos criticos de segunda fila que sin arriesgar nada, mirando impasibles desde una butaca emiten su opinión revestida de verdades absolutas como que los adoptivos nunca serán del todo hijos emocionales por muchas leyes que lo ratifiquen.
En este escenario, ser madre no es fácil pero es que ser hijo tampoco.
Tenemos que vivir en esta sociedad, llena de prejuicios y salvarnos de ella, hacer como que no nos importa y al mismo tiempo intentar cambiar las cosas con un circunstancial batir de alas, crear y creer en una suerte de efecto mariposa, porque es necesario ir haciendo camino, abriendo paso, poquito a poco, por otras madres que se las ven apuradas improvisando y recitando su papel como un monólogo a un publico poco entregado. Por nuestros hijos para que cada día -y también el de la madre-, puedan celebrarlo con verdadera naturalidad, sin tener que protegerse de nada ni de nadie. Que puedan recordar y honrar a su madre de nacimiento en voz alta si quieren, que puedan abiertamente entristecerse por una historia que es, sin paliativos, dolorosa.
Tal vez consigan aprender que las emociones van y vienen y que han de permitirse sentir, acomodar su miedo, dejar que su corazón vuele a donde tenga que volar y dejarse mojar, sin temor a que se les encoja el corazón, por esa lluvia que, a veces torrencialmente y otras contenida, irrumpe e inunda los momentos más señalados poniendo en evidencia un sentimiento de perenne felicidad incompleta. Aprender a mirar serenamente su reflejo en los charcos y asumir su historia dejando que supuren las heridas, reconociéndolas, recomponiéndose, alzando el vuelo tras salir el arco iris, como hermosas aves fenix. Y también para que puedan con conciencia plena y sin sensación de traición o artificio regalar tarjetas pintadas a mano, llenas de corazones a su madre para siempre, y brindar con burbujas de naranja por esa epopeya que es la vida cada día.
Mercedes Moya