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Ese duelo que no cesa. El duelo por el vuelo adolescente

En estas fechas hay emociones removidas y duelos que si no se han superado, regresan con una gran fuerza.
Aparte de las situaciones de pérdida por muerte de seres queridos o por bancarrota emocional  (en las relaciones sentimentales) en la vida hay muchos momentos de duelo, de riguroso luto interno, que son difíciles de superar. Momentos de pérdida, de desmoronamiento interior que te borra de un plumazo la realidad que tu creías a pies juntillas que de pronto se desdibuja, se evapora, ya no existe y te das cuenta de que aquello que creías que era o que iba a ser, ya ni será nunca ni tal vez existiera, salvo en tu cabeza, aunque para ti fuera la mayor de las realidades y en tu mundo fuera tan real como el aire que respiras, que tampoco lo ves pero existe y sabes que es el que te hace posible vivir cada día. Y sufres, y te apenas, y te bloqueas emocionalmente, y lo peor es que muchas veces lo tienes que hacer en silencio porque a tu alrededor todo el mundo le resta importancia, lo minimiza, tu entorno casi te desautoriza a sufrir, te mira de frente con encono y te apuran a que lo superes y a que te recuperes rápido, a que te sientas mejor y sigas tu vida porque piensan que “no es para tanto”.

Un método de fertilidad (o tres o seis) que no  funciona,  “no te impacientes, que así no va a funcionar nunca”, un embarazo que se interrumpe a las pocas semanas – después de seis inseminaciones- , “ya tendrás otro, sois jóvenes”. “En realidad no era más que un montón de células apiñadas”… (No, perdona... Era mi hijo, el que iba a ser mi hijo, el que me acercó a mi sueño, el que me hizo sentir embarazada…)

Un día decides que “ya no puedo más”… y por todas partes surge la promesa de un “cuando menos te lo esperes” como si el esperar no se hubiera convertido ya en una obsesión y sabes que nunca te pillará desprevenida, ni relajada…Tu entorno vive toda esa angustia tuya con un encogerse de hombros “que si tiene que pasar, pasará”; hasta un “a saber qué os habrá evitado Dios al no daros hijos” tuve que escuchar a modo de consuelo de unos labios muy próximos …

Son estos unos procesos que no tienen derecho al lamento. O al menos es la impresión que da. Y mucho menos a  ser llorados a lágrima viva. Socialmente no tienen un espacio. Nadie lo reconoce, incluso parece que fastidia, lo que lleva en muchas ocasiones a aislarse por la falta de permiso de quien nos rodea para estar triste por ello. El sentimiento de incomprensión y de soledad se acrecienta y se acaba escondiendo porque se espera de ti menos fragilidad, más entereza y que sigas adelante, como si de un  traspié se tratara, y no de una zancadilla más que hace tambalear todas las expectativas  e ilusiones de un proyecto que fracasa y de una vida que tú, literalmente, sientes desmoronarse.

Duelos que hay que elaborar, muchas rupturas que hay que procesar.
Leo en alguna parte “el proceso de duelo requiere paciencia, delicadeza y mucha prudencia”…pero la realidad es que ese proceso que muchas mujeres hemos vivido, lo hemos sufrido con mucha imprudencia, incontinencia verbal, incomprensión social, muy poco apoyo y aún menos discreción.

 En soledad te reúnes contigo, y reconoces los síntomas de otros duelos, de otras pérdidas y reconoces también que no te vas a morir. De no ser madre no se muere. Y recoges de nuevo tus pedazos esos que ya pegaste otras veces. Y aprendes a despedirte otra vez y es peor si te das cuenta de que careces del soporte humano necesario porque esto añade más dificultad a la elaboración de ese duelo. Pero recuerdas esas otras veces y otros duelos y con mecanismos parecidos consigues desbloquearte. Te recolocas como un hueso salido de sitio, y tratas de tener perspectiva, repasando una versión de tu verdad soportable. Una adaptación de la novela de tu vida que va a permitirte seguir, aceptar y seguir. Reelaborar tus expectativas, rehacer tus ilusiones poco a poco y mirar un poco más allá de tu ombligo… ese ombligo al que un día se anclara un niño que no llegó a sobrevivir. Y sacudes la cabeza como para quitarte esa idea recurrente y recuerdas que los pasos más difíciles se dan de la misma forma que los más sencillos, un pié delante cada vez. Y caminas de nuevo por la vida, elaborando despedidas, de personas, de sueños…

Y un buen día te das cuenta de que tu futuro ya ha llegado y que no se parece a aquel que dibujabas con  cunas y biberones pero que te seduce y te gusta también.
Y un buen día te das cuenta que has conseguido volver a rehacerte, a ser feliz y a pensar en aquellos días como un tiempo ya lejano, triste pero ya no doloroso. Y la veleta del destino da una vuelta y de pronto tu vida toma un nuevo rumbo. El viaje de tu vida es en otra parte, con otra pareja, con otras inquietudes, pero con las mismas ilusiones intactas de compartir vida y risas con algún niño de quien sabe dónde, de quien sabe quien…

Adopción hermosa palabra

Y un periplo de papeles, de oficinas, de entrevistas y de nuevas y extrañas personas en tu vida te van acercando a un sueño que tenías desterrado. Y de nuevo las esperas. Y de nuevo las desilusiones. Y renace el miedo a que esta vez tampoco sucederá...
Y pasa el tiempo…mayor aún que el de aquella etapa en la que mes a mes veías fracasar tu sueño. Pero no vas a desistir. Esta vez no. Y el niño soñado cambia de país, de rango de edad y hasta de número, no es ya uno sino que son dos los que van a coronarte como madre.
Y desempolvas tus fantasías y acaricias los sueños que habías arrinconado. Y te inventas momentos que aún han de esperar. Y dejas atrás otro largo proceso cargado de emociones, de tensión de incertidumbre y de temor. Y de amor.
Sientes que casi no puedes saborear la infinita alegría de un proceso que culmina porque de pronto todos los sentimientos encontrados que pueden ser capaces de emanar surgen todos a la vez; así ilusión, ternura, esperanza, miedo, mucho miedo, realidades distintas a las que nos esperábamos. Y como ya sabes cómo es, y que sin ello no puedes avanzar, elaboras el duelo por ese bebé que nunca vas a tener en tus brazos, y adaptas tu vida a tus dos nuevas realidades y a la tuya, que de golpe se vuelve irreconocible, trasmuta y desaparece. Has de aprender a marchas forzadas una realidad de maternidad que no te esperabas. Y la sufres y la disfrutas. Y despides elaborando un duelo exprés a tu niño ideal, y abrazas a los de carne y hueso, y te los tatúas en tu carne y en tus huesos. Y te readaptas a un día a día diferente y, porque sabes de dolores y rupturas te concentras en los de estos niños cuyas circunstancias ya para siempre son las tuyas y que cada día un poco más, sientes tuyos y te duelen sus duelos. Y llegas a quererlos de una manera visceral que no todo el mundo comprende (aunque de esos la mayoría no te importa), porque no entienden que el nuestro no es un contrato de propiedad sino mucho más. Es un compromiso de lealtad incondicional que va más allá de "de quien hayan nacido". Que nos une un vínculo de vida y vuelta creado a fuerza de comprensión, de adhesión, de aceptación, de necesidad mutua. Y de noches en vela, de días sin tregua, de construir y derribar muros. De confianza, de mil y una prueba a veces superadas... otras pendientes de mejora... Y de indulgencia de muuucha indulgencia, y no me refiero a nosotros como padres, sino a ellos como hijos, como personitas tiernas que han tenido que elaborar también sus propios duelos y no sólo por la familia perdida, sino que por la encontrada también. Las expectativas no cubiertas no son sólo las de los adultos.

El duelo por el vuelo adolescente

Y… bueno, de duelo en duelo cuando parece  que todo se ha recolocado, que tu vida se asemeja a lo que tú querías,  un buen día tu hija te mira desde arriba y en un desacuerdo rutinario, no reconoces a esa Popotitos oriental de siete años que aprendiste a amar, su cuerpo, su voz y sus abrazos son de otra manera,  aunque en el fondo de sus ojos aquella niñita pervive muy a su pesar, tras ese bosquejo de adulta que cada día cristaliza un poco más.
 Y me preparo para recolocarme, otra vez, mis ilusiones porque el futuro ha llegado tan rápido que aún no me la había imaginado como una mujer.
¿Y mi niño? ¿Dónde está? Ese genio de las mil y una noches. Despierto y en lo que me parece un abrir y cerrar de ojos me doy cuenta de qué poquito queda de aquel pequeño cabezoncillo y tierno a la vez que bruto que con una risa me robó el corazón.  Aquel casi bebé del que ya queda apenas dos gestos distraídos y dos posturas a la hora de dormir, lo veo ahora de puntillas encaramado al portal de la preadolescencia.

Pero aunque sus formas y formatos son distintos, sus abrazos son sentidos, los besos son necesarios, infalibles e imprescindibles para ellos tanto como para mí. Y me preparo para un nuevo duelo, una nueva despedida, la de los niños que ya no son. Egoísta, sí, ya lo sé, pero al mirarlos no puedo sentir más que pena por el tiempo que no pasamos juntos, por el tiempo que tan rápido ha pasado, y hasta por el que, por ley de vida, no pasaremos.
Y siento orgullo por los hijos que he criado, y en este mi nuevo duelo, solidaridad por el que ya empiezan a sentir ellos, con sus preadolescentes y adolescentes corazones enamorados, sentimientos y emociones que veo cómo les remueven otros dolores que espero sean superados, tal vez un día, con todas las piezas del puzzle agrupadas.

Sirva todo el dolor pasado para aprender que conseguir superar un duelo no te va a hacer más fuerte sino mucho más sensible al dolor de los demás, y que los duelos  son importantes y necesarios más allá de la superación del dolor, quien los haya elaborado, ahora sabe que sirven para entender que hay dejarles espacio, que no hay sentimientos no válidos y que  hay que permitir a los demás el que estén tristes, profundamente tristes por lo que ellos sientan que les rompe, sin valoraciones sobre el ranking de lo que puede o no ser materia de luto.  Y si no somos capaces de consolar (algo que también se aprende con el duelo)  de dar respuestas que alivien o mengüen el dolor, al menos que aprendamos que el dolor es un proceso importante y que sí seamos capaces de hacerles sentir de verdad, que no están solos.

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