Hoy recibo de regalo dos tarjetas hechas con mucho mimo y mucho arte, que rezuman amor y en las que nunca falta una frase: "eres la mejor madre del mundo". No es una frase hecha. No son sólo palabras ni reconocimiento lo que encierra esa frase. Yo lo sé, ellos también. Abrazos y sentimientos a flor de piel.
Un día delicadamente especial para nuestros hijos y para quien haya perdido a su madre. La mía murió hace más de treinta años. La llevo necesitando todo ese tiempo. Nunca se es lo suficientemente mayor para no necesitar a tu madre. Mi madre, -seguro que como todas y para cada uno-, era una persona especial, era mi persona favorita. Hoy es un día de evocación especial también para ella. Cuando la pienso de esta manera, me surgen muchas preguntas sobre cosas íntimas propias y familiares que sólo podría contestarme ella. Por eso no me resulta complicado ponerme en la piel de mis hijos.
Esas preguntas que germinan con más fuerza a medida que el tiempo pasa y esos preciosos muñecos de ojos rasgados se van haciendo más "personas", se van pareciendo más a ellos mismos y aun sin haber perdido esa chispa infantil en el fondo de sus pupilas, su sonrisa y sus ojos empiezan a pertenecerles más a ellos. Su personalidad emerge con fuerza.
Hoy me “sé” y me siento su madre de manera natural, Un sentimiento que es,con la perspectiva de los años vividos, toda una conquista personal resultado de mi lucha por ayudarles en el día a día a salir a delante. Una lucha continua y a veces sin cuartel, y que me permite a la vez sentirme muy en paz con la idea de compartir su maternidad. Porque mi lucha no es para intentar ser la mejor madre, sino para dar al mundo los mejores hijos.