Este año termina y toca hacer inventario de las cosas que hemos hecho y de las quedaron por hacer. Pararse y reflexionar, hacer balance y memoria y si procede, cuadrar resultados.
Este año tan difícil también.
Este año
que se agota, que tanto queremos dejar atrás, ha estado lleno de retos, algunos
impuestos a la fuerza, otros sin más remedio. De obstáculos de
diferentes alturas y profundidades que no
por globales y colectivos han sido
más llevaderos.
Un año virtualmente intenso en el que he escuchado y leído mucho y con mucha atención, verdades
verdaderas y otras que lo parecen y no lo son, o al menos no son mi verdad. Y he estado más en silencio de
palabras propias que nunca. A fuerza de encierro me cuesta mucho
exteriorizar.
He visto muchos amaneceres y he querido compartirlos. Ese despertar del sol casi cada mañana ha sido el aliciente para empezar tantos días tan iguales, que se me ha
borrado hasta el calendario.
He intentado mantener mi barco a flote, con mi
tripulación de riesgo a salvo, aunque eso me ha costado disgustos,
desavenencias y hasta alguna desafección.
Sin embargo y con esa carga de preocupación y de
angustia y pese a la tristeza que se ha materializado y siento
sobre mi pecho, como un medallón, he intentado,-no siempre lo he conseguido-, no llorar porque se me ha metido en vena la idea
de que no es mi derecho, viendo el sufrimiento, tanto y tan “ajeno”. Aunque
esta vez no me ha tocado sufrir bajas personales ni cuidar enfermos, al menos
de momento, he asistido al dolor de personas muy queridas a las que no he podido acompañar, salvo de lejos.
En estos tiempos de puertas para adentro en los que estas
circunstancias ponen en evidencia y se
han puesto a prueba y de manifiesto lazos que siempre han sido estrechos, y
hemos estrechado otros que si no son nuevos, sí que son buenos, y algunas lazadas
que se han disuelto no han hecho sino prestar sensación de autenticidad y liberación.
" No te puedes quejar", he oído muchas veces. Pero más que queja es preocupación. Me preocupan muchas cosas que antes
no tenía en mi inventario y entre ellas que, de todo esto, de este viaje de
trayecto tan peligroso que nos ha tocado vivir a cada uno de una forma, tan
igual y tan diferente, no salga nada bueno, que en mí misma no queden rastros deseables
de este viaje, en aprendizaje, superación y mejora. Que no sea capaz de percibir ese
bien que dicen que no hay mal que no tenga.
Estoy melancólica, mi tono lo evidencia, pero no puedo sentirme alegre ni eufórica y no será por la sola despedida que en unas horas toca. Pero al final sé que me sacudiré estas sensaciones, estoy entrenada para ello, y sé que mañana afrontaré el nuevo año retomando el calendario, haciendo anotaciones de fechas importantes y compartiendo estos pensamientos voy despejando esas sombras de puertas para afuera que habitamos cada día y que hoy antes del nuevo año oreo y saco a la luz y comparto.
Como anticipo de todo eso me quedo con una frase: “Todas las puertas que se
abren, por pequeñas que sean, siempre llevan a algún sitio”.
El año nuevo es una puerta (¿o tal vez sea una ventana?) que se abre para superar al que nos dejamos atrás, aunque digan que para mejorarlo no va a hacer falta mucho, Pero.... “Nadie sabe lo que puede suceder/ aunque los libros lo digan todo” (Adrienne Rich)
Gracias, porque pese a la distancia, pese a todo, habéis contado conmigo.
Por un buen nuevo año. ¡Chin, Chin!