
"Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños.
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho."
Ángel González
Hoy es mi cumpleaños.
En realidad he cumplido mucho mas que un año más, he cumplido 365 días muy intensos y no siempre propicios. Las tres cuartas partes me las pasé de luchadora consorte tratando de vencer al miedo y a la rabia de un castigo injusto de la vida como es la enfermedad que vino a cebarse en mi familia de nuevo y esta vez con los hombres de mi vida: primero mi hermano pequeño y luego mi compañero para lo bueno y para lo malo. Los dos cayeron enfermos y amenazados de muerte, castigados a un proceso de curación destructivo y terrible en el que muchos prefieren dejarse morir, una lucha a vida y por la vida con el cáncer, un enfrentarse cada día durante muchos días a la pena de muerte, y cada cuál pagó con heridas y mucho más para conseguir el indulto.

Mutilados pero vivos han pasado a engrosar las listas de los que consiguieron vencer a la enfermedad y a la muerte, han pasado a ser supervivientes, con la fuerza que esto da pero ya y para siempre vulnerables y condenados a vivir con el miedo a que vuelva a pasar: a la recidiva.
En el angustioso camino dejaron mucho de si mismos: Eduardo entre otras cosas su voz, aprendimos a vivir sin ella y no por su ausencia dejamos de comunicarnos. Siempre tuve miedo a los silencios y ahora aprendí que gracias a ellos acabas conociéndote mejor, aprendes a condensar y sintetizar, a buscar una manera de hacerte comprender mucho más allá de la palabra…
Catorce meses sin palabras con el sonido de su voz... si para mi ha sido duro no puedo imaginar lo que ha supuesto para él, tan locuaz y tan dicharachero, tan convincente y directo,tan sociable y comunicativo.
Me despedí también de una parte importante de mi: del poder de seducción o más bien de la capacidad de seducir. El espejo -ese objeto chismoso, franco y cruel- empezó a devolverme un reflejo trasformado, desconocido, anónimo, que lejos de caerme bien me resulta antipático y ajeno con el que cada día me llevo peor, al que evito y rehúyo como a esa hermana sincera que tratas de no frecuentar para evitar que te hurgue la conciencia…
En este último año he aprendido muchas cosas a base de hierro candente: de prioridades, de amistades, del amor y de la misma vida, que han dejado su marca indeleble en mi piel y mis entrañas.
Me despedí de muchas y muy importantes cosas que nada tienen de frívolas aunque parezca que si: despedirme de la mujer joven que fuí ha sido o está resultando una despedida larga y costosa. La juventud realmente es un tesoro divino y quien lo niegue es que nunca fue o se sintió joven.
Por ley de compensación –una ley que negué en un momento de máxima desesperanza – han llegado a mi vida dos nuevos retos que me exigen la madurez que las vivencias me han dado y la juventud que esas mismas vivencias me han usurpado.
Cuando creí que todo estaba perdido, que mi proyecto de futuro había desaparecido con la voz de Eduardo, la vida me volvió a retar: doble o nada...Y aposté, apostamos todo Eduardo y yo otra vez, porque la vida pone las fichas y tu eres el que te la juegas, de cualquier manera... ¿No se trata siempre del mismo juego? Cuando la vida reparte ficha ya sea trabajo, amor, enfermedad, hijos, eres tú el que arriesgas y sea como sea he aprendido que hay que apostar a ganador: hay que apostar por la vida.
Hoy mi apuesta, mi vida, mi número es el 47 y empieza la cuenta de otros 365 días para cambiar de casilla, el 46 fue un número complicado, difícil pero resultó premiado.
Hoy la señora que me mira desde el espejo o me devuelve una sonrisa que trato de reconocer como mía en las fotos más recientes, esa con la que he de aprender a convivir en armonía, como con nuestra nueva familia, con nuestros momentos de alegría y los de exasperación, con nuestras revisiones médicas y sus diagnósticos favorables...todo eso me recuerda que efectivamente he VIVIDO 365 días, que he cumplido mucho más que un año, he cumplido mi mayor ilusión –la de ser madre- y he sentido junto al dolor más intenso el amor más verdadero.

Catorce meses sin palabras con el sonido de su voz... si para mi ha sido duro no puedo imaginar lo que ha supuesto para él, tan locuaz y tan dicharachero, tan convincente y directo,tan sociable y comunicativo.

En este último año he aprendido muchas cosas a base de hierro candente: de prioridades, de amistades, del amor y de la misma vida, que han dejado su marca indeleble en mi piel y mis entrañas.
Me despedí de muchas y muy importantes cosas que nada tienen de frívolas aunque parezca que si: despedirme de la mujer joven que fuí ha sido o está resultando una despedida larga y costosa. La juventud realmente es un tesoro divino y quien lo niegue es que nunca fue o se sintió joven.
Por ley de compensación –una ley que negué en un momento de máxima desesperanza – han llegado a mi vida dos nuevos retos que me exigen la madurez que las vivencias me han dado y la juventud que esas mismas vivencias me han usurpado.
Cuando creí que todo estaba perdido, que mi proyecto de futuro había desaparecido con la voz de Eduardo, la vida me volvió a retar: doble o nada...Y aposté, apostamos todo Eduardo y yo otra vez, porque la vida pone las fichas y tu eres el que te la juegas, de cualquier manera... ¿No se trata siempre del mismo juego? Cuando la vida reparte ficha ya sea trabajo, amor, enfermedad, hijos, eres tú el que arriesgas y sea como sea he aprendido que hay que apostar a ganador: hay que apostar por la vida.

Hoy mi apuesta, mi vida, mi número es el 47 y empieza la cuenta de otros 365 días para cambiar de casilla, el 46 fue un número complicado, difícil pero resultó premiado.
Hoy la señora que me mira desde el espejo o me devuelve una sonrisa que trato de reconocer como mía en las fotos más recientes, esa con la que he de aprender a convivir en armonía, como con nuestra nueva familia, con nuestros momentos de alegría y los de exasperación, con nuestras revisiones médicas y sus diagnósticos favorables...todo eso me recuerda que efectivamente he VIVIDO 365 días, que he cumplido mucho más que un año, he cumplido mi mayor ilusión –la de ser madre- y he sentido junto al dolor más intenso el amor más verdadero.
sólo el paso de los días,
y me repliego en poesías,
siento, escribo y sigo."
Miguel de Asén
