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Diana cumplió 9 años:


Dos de los cuales ha vivido con nosotros, dos... de nueve.
Estos dos años han sido muy importantes porque:

Diana con nosotros ha  aprendido a hablar… español, con un puntito de acento andaluz y su dulzura tan especial.
Ha aprendido a andar... por la calle, aunque aún no controla muy bien los semáforos.
Ha aprendido a leer y lo más importante a comprender lo que lee y a gustarle la lectura.
Ha aprendido a escribir  -con una letra muy bonita además-, a contar  a sumar y restar multiplicar y dividir, ha aprendido a responsabilizarse de pequeñas cosas y sigue siendo un desastre para otras que siempre pierde o no encuentra, pero es que en nuestra familia las mujeres -todas- somos muy despistadas…

En el colegio le están enseñando muchas cosas y algunos conocimientos que seguro que olvidará como espero que le suceda con muchas de ellas que aprendió en el pasado y que ya no le hacen falta:
Como besar, abrazar y acariciar indiscriminadamente a las personas que se le acercaban, para procurarse su simpatía en una llamativa forma de solicitar cariño y atención.
 ...Ahora sigue siendo simpática y cariñosa pero de manera más natural y más selectiva.


No pensar, aunque aún le cuesta estructurar su pensamiento con la nueva lengua, está aprendiendo a razonar a explicarse y se esfuerza por hacerlo.


Creer que una familia o un domicilio es algo temporal o eventual. Ahora comprende la estructura familiar y lo que significa.



 Y aunque sigue conformándose con lo que le toque, ha aprendido a escoger, a dirimir lo que le gusta y lo que no.


Ahora sabe que hay suficiente comida para saciar su hambre y que a lo largo del día hay suficientes raciones para poder dejar de preocuparse por su estómago, inclusive está aprendiendo a decir “basta”, aunque a veces parece no tener tope.



y aunque ya era una niña alegre y divertida ha tenido que entender el sentido del humor español, e incluso gasta bromas aunque muchas veces me sigue preguntando: 
-Me estás tomado el pelo mamá?
¡Ha cambiado tanto su vida! ¡Y tantas veces!

Ha vivido 7 años en otro país, otra sociedad con otras personas con otras ideas, con otras costumbres. 
Aún no sabe bien cruzar una calle ni se maneja con el dinero y todavía cree en hadas, princesas, en el ratoncito Perez y en los Reyes Magos.
Creo que pronto la desengañarán como me sucedió a mí, como nos sucedió a todos y tendremos que tener una charla en la que “recuperar” un poco su confianza y su ilusión.
 Yo nunca las perdí –ninguna de las dos-y me sigue emocionando la cabalgata de los Reyes .
Recuerdo perfectamente el día y la persona que me dijo aquello de “los reyes son los padres”.
 Recuerdo que para desvelarme tamaño secreto, me hizo apagar las luces de mi cuarto y yo me enfadé tanto...!tanto que la empujé fuera de mi cuarto y hasta de mi casa y no la creí y acudí a mi madre y su explicación me dejó tranquila y me hizo prometer que no revelaría el secreto que cada padre guarda con cuidado, haciéndome participe de él para que mis hermanos, -ignorantes aún- no sospecharan nada.


 Yo tenía 7 años y mi hermano y yo estuvimos confabulados con mi madre 5 años más hasta que el pequeño también perdió la ingenuidad sobre los regalos de los reyes y nos descubrimos todos a todos que ya lo sabíamos en una discusión típica de “yo-se-algo-que-tu-no-sabes-chinchaté”.
Pero yo sigo creyendo en la historia y en que los padres no son sino unos meros pajes al servicio de la ilusión de los niños y quisiera poder trasmitirle a mi hija lo que mi madre me trasmitió a mí, que nunca perdí la ilusión por tan mágica noche.

Mi hija ha aprendido muchas cosas desde  importantes a muy importantes, pero lo asombroso de mi hija no son sus ganas de aprender, sino el libro intacto con el que vino. No sabía es verdad, ni contar ni leer ni escribir, pero tampoco sabía de maldades ni malicias y las naturales preguntas que se formula tienen explicación y su memoria lo corrobora.
De momento y si nadie lo estropea, está tranquila con respecto a sus orígenes, conoce su pasado y le satisfacen las explicaciones a sus incógnitas.
Está tan ocupada en vivir el presente, con su vida social: sus amigas, su familia, sus estudios en los que –lógicos intentos de escaqueos aparte- va cada día mejor, en los pleitos entre amigas para alcanzar su estatus, en quien está enamorada de quien y como, en lo guapísimo que es Justin Bieber, en aprender nuevas canciones y juegos, nuevos pasos de baile o nuevos ejercicios de gimnasia, que apenas queda tiempo para desempolvar el pasado, sus dibujos son armoniosas figuras de hadas modernas y sus juegos son con muñecas y vestidos.
Ya perfectamente adaptada, la normalidad ha llegado y se ha instalado en la vida de mi hija  a los nueve años, toda la vida por delante y un presente continuo.
Para celebrarlo, el sábado iremos al cine con sus 4 o 5 mejores amigos del cole, y –como cayó entresemana- hicimos una comida favorita especial nosotros cuatro, con globos y un cartel muy pasteloso que me pidió a última hora:

-Mamá este año me harás también un cartel que me felicite?



Y ahí me tienes la víspera a última hora corriendo a comprar cartulina y pegatinas de princesas y letras de colores para improvisar un cartel como el que yo no recordaba haberle hecho el año anterior y ni mucho menos podía pensar que le hubiera gustado tanto.

Y una cena en familia, con una exquisita tarta hecha por su tía Ana, con forma de corazón –Diana los pinta constantemente para decorarlo todo, a veces con ojos de largas pestañas y amplias sonrisas, otras con brazos abiertos, pies y alas de angelitos-.

Y regalos de muñecas de trajes majestuosos y alguna ropa bonita para la niña más bonita que pude nunca soñar.

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