
Al tema, las madres de la asociación de padres se lo curran con cariño y eso se nota, hacen ellas mismas unos dulces que venden al módico precio de un euro con bebida incluida (zumo o batido o vaso de cola o refresco de naranja o limón de botella de litro y medio) y los niños comen además de sano, rico y lo sirven las propias madres que -para más nota-, tienen el humor de disfrazarse de brujas, vampiras etc, con mucha gracia y más imaginación.
Se merecen el cielo.
Se merecen el cielo.

Con ruido incluido y afonía segura yo me lo paso muy bien, veo a esas madres entusiastas, a los niños con todo tipo de disfraces desde el más elaborado, hasta el más sencillo, todos tienen algo del sello del cariño de los que los disfrazan, nadie se conforma con colocar sin más el vestido tal y como sale de la bolsa del chino de al lado de casa, de Carrefur, Alcampo o HM, todos llevan un sello particular que los hace originales, diabólicos, monstruosos, infernalmente encantadores.
Brujas de todos los tipos desde preciosas brujitas buenas hasta brujas maléficas, novias de ultratumba, esqueletos mofletudos, traviesos diablos y diablesas, Dráculas y draculinas, vampiresas y vampiros, que hacían recordar el poema de Goytisolo:
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez.
Cuando yo soñaba
un mundo al revés.
“No es verdad ángel de amor que en esta apartada orilla …están friendo una morcilla y hasta aquí llega el olor...?”
Me recuerdo en uniforme con aquella falda de tablas y aquellos horribles calcetines con los zapatos gorila y mis amigas de entonces de la EGB, todas muy dramáticas, como era colegio sólo de chicas la que que hacía de Don Juan se anudaba el babi al cuello atándose las mangas a modo de capa y la que representaba a Doña Inés se abotonaba la misma prenda enmarcándose la cara como una toca y muy en nuestro papel en el recreo no parábamos de parodiar aquello de la morcilla que tanta gracia nos hacía.
