Cuando un tema me impacta de repente me lo encuentro por
todas partes, es el caso del tema del autismo, hace unos días una madre me
habló de que a su hijo se lo acaban de detectar, tiene algo más de 4 años y
lleva 20 meses en España.
No solía sacarlo al parque porque a parte de que no quería jugar, el niño parecía no tener
ningún sentido de apreciación del peligro, también -me confesó- era la excusa que se ponía, pero la verdad es que sumada a esa razón estaba las inevitables comparaciones, el atraso y las peculiaridades del niño y de su relación con él, cuando se excusaba por su miedo a que le sucediera algo siempre había una madre que le
contaba cuando su hijo corrió a meter un bolígrafo en un enchufe o miles de anécdotas
que a ella no hacían sino asustarla más. Lo mismo sucedía con las rabietas constantes
y exageradas que sin previo aviso y por cualquier cosa se apoderaban de su hijo
y que la habían obligado a desistir de ir con su pequeño a supermercados o
tiendas porque en muchas ocasiones acababa
teniendo que abandonar el carro con la compra a medio hacer, o la cola para
pagar.
Me contaba esa madre que en un principio todo se le achacaba
a la experiencia del niño en el orfanato, se culpaba de su manera de ser arisca e
intratable, a las duras condiciones en las que el niño había nacido, había
crecido. Tanto leer sobre la mochila, al principio estaba segura ella y su entorno, que "no había" nada más, que poco a poco se conseguiría "recuperarlo" con alimentación y amor, sobre todo
mucho amor y ella tenía todo el amor del mundo para darle.
Pero desgraciadamente el
amor no siempre es suficiente y no todos los comportamientos se deben al orfanato o al abandono, aunque si
lo pensamos cada vez que miremos a nuestros hijos debemos de verlos con una
medalla de oro y subidos a un alto pedestal, por haber sido capaces de superar
esas enormes pruebas ya no sólo de mala alimentación sino de alienación y falta de afecto y de cuidados únicos y
personales que tan necesarios son en todo momento pero mucho más –si cabe- en
los primeros tramos de vida.
El caso es que su hijo, ese niño único e irrepetible al que creía firmemente que el hilo rojo le unió y que fue capaz de encontrar en un orfanato de un país del
este, traía –como todos- falta de peso, de talla, retraso psicomotor y de lenguaje, falta de
maduración, mucha falta de cuidados y de alimentación y falta también de
cualquier clase de afecto y de sus manifestaciones porque no sólo no sabía
besar, sino que se zafaba de cualquier abrazo como si le
quemara. Esto (a posteriori) parece un síntoma de alerta, si no fuera porque a muchos de nuestros hijos cuando les conocemos en
sus casas cuna o incluso más mayores, tenemos que enseñarles no sólo a besar,
sino a saber recibir nuestros besos, algunos se acostumbran rápidamente y le
cogen el tranquillo y el gustillo pero otros…no.
Ella se armó de paciencia y de todos los manuales a su
alcance para tratar de superar este escollo, que aunque conocía la posibilidad
de que sucediera, nunca pensó que le sucedería a ella, precisamente a
ella, que desbordaba besos y abrazos y
le dolían los brazos de ganas de acurrucar a su niño.
En la guardería, el niño
iba por libre y aunque se entretenía con cualquier cosa que tuviera
movimiento, era tímido, retraído, poco participativo y muy esquivo pero no daba
mucha guerra y su actitud tan hermética, siempre fue achacada al idioma, a su procedencia
y a las condiciones de vida anteriores.
“Paciencia y mucho amor” eran las recetas que oía
constantemente esta madre que empezaba a sospechar que algo más estaba pasando,
aunque en el fondo de su corazón empezaba a pensar que la maternidad era muchísimo más dura y difícil de lo que había creído y le angustiaba pensar que
tal vez ella no tuviera las condiciones que antes creía poseer para ser la
madre que su hijo merecía.
Y se armó de paciencia y pasaron los meses y en vez de avanzar todo parecía
retroceder, el niño, no sólo no admitía muestras
de afecto, sino que no atendía a ninguna indicación de su madre ni de nadie, lo
llevó a un especialista del oído que no vio más que tapones de cera sin
importancia y que le recomendó la visita a una colega logopeda que le ayudaría
con el idioma, ya que el niño tampoco mostraba progresos en el lenguaje.
Esta madre estaba desesperada, y se estaba volviendo poco sociable y tan
hermética como le parecía su hijo, al que intentaba entender, al que intentaba llegar por
todos los medios y por el que empezaba a pensar que no encontraría el camino
para llegar a él, no por “culpa “ del niño, -me decía-, sino por su ya probada
incapacidad para ello.

Acaba de enterarse de que su hijo padece autismo, ha sido un
terrible golpe para ella y para su hermana que es la única de la familia que no
la rehuye, tiene que asimilarlo, pero al mismo tiempo el saber lo que de verdad
estaba pasando, el conocer un diagnóstico con nombre (aunque le produce vértigo) le
ha dado la serenidad necesaria para mirar a su hijo de otra manera, ahora sabe
que ninguno de los dos, es culpable por defecto de lo que estaba sucediendo.
Otra madre, tuvo que ser la que la pusiera en alerta y la
que guiara sus pasos a los especialistas adecuados. En veinte meses nadie más
se dio cuenta, nadie más tuvo una sospecha, debido a la procedencia del niño, todo eran imaginaciones o exageraciones de una madre inexperta o le echaban la culpa a la siempre "socorrida" mochila.
http://www.autismo.org.es/AE/default.htm
http://www.autismo.org.es/AE/default.htm