“A nuestros hijos lo que fundamentalmente les pasa es que vivieron una experiencia muy difícil en los primeros años de vida.”( Andoni Mendía).
Mi hija con 12 años está en las puertas de la adolescencia. Al menos su cuerpo empieza a manifestarlo. Veo en muchos rasgos de dentro y de afuera que coquetea con la frontera de la pubertad a punto de dejar atrás y para siempre el país de la infancia.
A veces me parece que va a traspasar el umbral y la miro detenidamente de arriba abajo, y observo esos amados rasgos orientales que sin dejar de ser dulces están dejando -aún sólo a ratos- , de ser infantiles, borrándose en su cara a golpe de granito aquí y allá, la piel de melocotón. Con ese a veces sempiterno mohín de fastidio, ese fruncir los labios y el ceño que pese a todo no consiguen afearla, ese punto de sumisión que no es obediencia sino rabia encubierta, esos “olvidos” que a veces son descuidos y las más son rebeldía y pasiva oposición, esa mirada y su pose retadora…
Y leo :