En el colegio estudiábamos aquello de “La caída de Constantinopla marca en Europa el final de la Edad Media...”
Es curioso que hayamos escogido esta impresionante ciudad tan llena de historia y tan llena de “antes y después” para las que pensamos serán las últimas vacaciones solos antes de emprender el viaje más largo y esperado de nuestras vidas: la paternidad (Kazajstán.)

De esta ciudad me han impresionado muchas cosas: sus mujeres muchas de las cuales van tapadas desde la cabeza hasta los pies con mas o menos rigor, cubiertas con el hijab (sobremanera las ataviadas de túnicas y velos en negro riguroso, solo permitiendo ver un minúsculo triangulo de su cara: apenas los ojos y la parte alta de la nariz, incluso con guantes negros superando los 35 grados centígrados). Las llamadas a la oración desde los minaretes de las múltiples mezquitas diseminadas por doquier, sus cementerios integrados en la ciudad sin tenebrismo alguno. el Ramadán presente en las calles con los parques tapizados de familias esperando la caída del sol para comer, los puestos de comida callejeros, los de kebab, los de dulces, de helados –y sus famosos heladeros-, por supuesto los bazares y mercados desde los mas conocidos a los menos turísticos, vida por todas partes y a todas horas, los colores, los olores, los sabores…
El Bósforo, que recorrimos en una fantástica travesía. Sus mas emblemáticos monumentos: torre Galata, Aya Sofía, la mezquita azul la de Ortakoy (y muchas mas), el palacio Topkapi, y el Dolmanbahce (su sala ceremonial es apabullante) , la intimista cisterna de Yerebatan y sus dos impresionantes medusas con la cabeza acostada …