El día de la madre me
ha resultado raro dejarlo pasar sin
escribir y describir algunas emociones. Tantos años no teniendo a quien regalar, no teniendo quien me regalara, en la sala de espera de ese día.
Tanto tiempo imaginándolo, idealizandolo, que este decidí vivirlo. Un día de pausa también para el ordenador, para el teléfono…24 horas desconectada del resto del mundo.
Tanto tiempo imaginándolo, idealizandolo, que este decidí vivirlo. Un día de pausa también para el ordenador, para el teléfono…24 horas desconectada del resto del mundo.
El dejarme dormir un
poquito más. Los regalitos hechos con las manitas, mucho primor y papel charol. Una comida especial -tarta
incluida- una salida al campo con final
de despedida al sol que anochecía en la playa y un tiempo fantástico que nos
acompañó en todo momento.
Pero también hubo enfados y enfuruños y disgustos cotidianos que desbordan vasos de rasa paciencia que acabaron por desbaratar el día, -MI DIA, ese que esperaba perfecto-, y rematarlo luego en casa, acabando por tener que restaurar el régimen dictatorial.
¿Bien está lo que bien acaba? Pues no. Sobre todo si lo que
se acaba es la paciencia, la mía.
El día estuvo bien, tuvo momentos de sensible melancolía, de recordatorio de madres ausentes, de mujeres importantes que han dado vida, la mía, la de Eduardo, la de nuestros hijos. Tuvo ratos memorables con sabor a besos de tarta de queso y otros que mejor ni mentarlos.

horarios y aire libre y raticos intensos del signo que fuera, pero fuera de la rutina.
Como le está pasando a tanta gente, esta crisis me está
haciendo olvidar muchas de mis metas en la vida, borrando los porqués y los
hacía dondes a fuerza de luchar por el día a día, de seguir los consejos que nos
animan a vivir ese diario, al haberse borrado del horizonte una ingenua pero necesaria certeza de futuro, que ya no lo es para nadie.
A fuerza de obligaciones
y responsabilidades, mi presente se ha convertido en un pasillo donde voy y
vengo de casa al trabajo del trabajo a casa y poco más.
En ningún sitio me hallo, en el trabajo permanente sonrisa profident para no lograr muchas veces sino desaires e
incomposturas. En casa aún me espera más trabajo y si acaso le doy de lado para
hacerme ilusiones de tiempo libre o de descanso, veo como se acumulan los
antipáticos quehaceres domésticos que en días de diario apenas puedo atender.
Mi hijo pequeño-Nacho- al salir de casa me pregunta “¿mamá
vuelves de día o de noche?”
Y trata por todos los medios de retrasar mi marcha, con
besos, chupendos, abrazos y preguntas o cuestiones que se va inventando sobre
la marcha. Tanto luchar por tenerlos y se me va a hacer mayor y casi me lo estoy
perdiendo.
A mi hija la veo más pero no la disfruto, viene conmigo a la
tienda por las tardes laborables para poder sacar adelante un curso que a veces
se nos pone muy cuesta arriba. Por esa lógica dificultad del curso y por el
peso añadido de nuestra particular mochila, Diana intenta tomar atajos furtivos
para evitar tanto rato entre libros y libretas.
Atajos que cuando son detectados en casa o en el colegio le
originan más trabajo y menos tiempo libre.
Actos y consecuencias.
Lo entiende y le fastidia, pero no aprende, y nos instala en
una constante vigilia para que se dé cuenta de que hacer trampas no le sale
rentable. Para que no le salga bien. Pero -mira tú por dónde-en eso es constante.
No sé si servirá para algo pero al menos espero que este
desgaste emocional de mantenerse alerta (un poquito más de lo habitual) sirva
para que adquiera una pizca de valores (sinceridad,
obligación, responsabilidad, constancia) y en el colegio el trabajo se lleve al
día.
Y para constancia la de Nacho con sus pulsos, tratando de
estirar los limites con su particular y empecinada manera de querer salirse con
la suya, de hacerse el sordo, de desobedecer por que sí. De no hacer caso porque
no.
Que sí, que son cosas normales. Y
a dar gracias por esa normalidad que nos consolida.
Son… “esas cosas” que agotan a
cualquiera. Como me agota esta indecisa primavera o tal vez el cúmulo de intensa
vida que empieza a pasar factura…Pero es curioso: las mismas energías que a mí
me resta el incipiente calor parece ponerle pilas a mis hijos.