Hace 25 años, tal día como hoy se apagó la vida más
importante en la vida de alguien, la vida de nuestra madre.
Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
Antonio Machado
Año, tras año en este día recupero ese poema, porque sucedió tal como describe la poesía de tu poeta
favorito, del poeta de Sevilla más soriano, con el que me enseñaste a memorizar
y a amar la poesía , al Duero y a tu tierra natal.
Eran alrededor de las nueve de
la noche (la misma hora en la que viniste a recoger el pasado noviembre a mi
hermano, tu hijo pequeño) de una noche como de verano de un principio de otoño,
la muerte despacito y sin avisar, entro en mi casa, te despertó unos segundos y
tras mirarnos sin decirnos nada con palabras, te dormiste para siempre.
Yo tenía 25 años y ¡siempre me creí tan mayor!
Y, -¡lo siento tanto!-, no fui capaz de cerrarte los ojos. Tal vez porque sabía
que eso significaría no poder mirarlos nunca más.
Hoy hace 25 años y te juro que
no te olvido, sería imposible, superados los recuerdos traumáticos de esa noche, he
podido vivir con alegría todos los demás recuerdos. Pero aquella noche y todo
lo que vivimos antes de marcharte, momentos de tanta intensidad, de tanta intimidad
y amor, en los que nos prometimos que la que antes subiera al cielo cuidaría de la otra, me duelen tanto, que cuando me acerco a ellos lo hago de puntillas, los
acaricio apenas lo justo para no sentir ese instante de ahogo que, como aquel profundo
suspiro tuyo se me queda hecho un ovillo alrededor del ombligo…porque cuando me
he dejado llevar-mamá-, me duele justo ahí, en las entrañas y siento el vacío
de ese cordón umbilical que me fue arrancado el día en que falleciste.
Hoy reconozco que me ha desbordado esa pena que, sumada a la
otra tan profunda e igualmente intensa de la muerte de mi hermano. Me he
tenido que encerrar en el baño y abrir los grifos para acompañar y ahogar el
dolor y sus suspiros.
Eduardo como presintiéndolo ha venido desde el otro lado de
la casa y desde el otro lado de la puerta con una dulzura maravillosa me ha
preguntado “¿chiquitica , estás bien?”
Esa frase en ese momento y con ese tono ha desalojado esa
soledad profunda que siento con vuestra falta, se ha dispersado y he apagado los
grifos y los suspiros y hasta el viento que aullaba por el resquicio de la ventana
ha permitido el silencio y me he llenado de paz.
Os fuisteis, pero no estoy sola, vosotros, -mi familia
intensa-, os encontráis al otro lado de la vida, más allá de la muerte que nos
separó, y desde esa otra orilla se que cuidáis de mí.
Aquí además tengo la suerte de tener amor suficiente -nunca de sobra- para ser feliz, aunque os llore y os añore, aunque me duela tanto el
no poder teneros ni abrazaros.
Mamá te extraño, te quiero y necesito saber que sigues “estando
ahí”, cuidándonos desde el otro lado de la orilla. Esta idea de vosotros como ángeles de la guarda, me produce mucha tranquilidad…
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Vuelvo a sonreír desde el corazón, porque sí, estás ahí.
Dale un beso a mi hermano pequeño. Os quiero.