Lo peor
no es perder la memoria,
sino que mi pasado
no se acuerde de mí.
Otras dudas - Luis García Montero
En este post no voy a hablar de mis hijos sino de su madre o mejor dicho de la mujer soterrada que se ha vuelto invisible debajo de "la madre".
Y es que de pronto ya no soy aquella. Tantos años pendiente de vidas pendiendo de un hilo, tantos meses sin apartar la vista de mis hijos que me faltan ojos porque siempre se me escapa algo, y cuando levanto la vista me encuentro contigo.

Así de pronto sin avisar te presentas, alzo la vista, mi vista cansada y no me lo creo, no es posible…
Mi motor de búsqueda interna hace un repaso de reconocimiento y autentificación. Si eres tú, no hay duda ni escapatoria posible.
De frente y de repente me he visto en el espejo cruel de tus ojos, violentamente, a traición y a quemarropa tus ojos clavados escrutándome, unos ojos de tiempo pasado que guardaban en su retina la mujer que un día fui…cuando me creía hermosa.
Llevo el pelo recogido como para esconderlo, por falta de tiempo hasta el sábado no podré ir a retocarme estas canas chivatas que certifican mi edad y se empeñan en asomar insistentes plateando mis sienes y mi frente con tanta premura que cada vez me cuesta más esconderlas…
Si esconderlas... porque son como un estandarte cruel del paso del tiempo que me marchitan y me afean mucho más cruel que las arrugas... que claro que las tengo y cada día un poco más marcadas. El óvalo de la cara -como tantas cosas en mi cuerpo- va cediendo a la gravedad, y milímetro a milímetro me voy desdibujando.


Apresurada como siempre, esta mañana tras la ducha me vestí deprisa, demasiado para parar a mirarme como ahora en este espejo tirano, que refleja lo que has venido a ver por sorpresa y a bocajarro como quien ya no le importan los protocolos, y con un tono de reproche me has recordado la edad a punto de los cincuenta… impropio de ti de quien eras antes, cuando yo era aquella.
Por autocompasión me recuerdo que no, que aún serán 48 los que cumpla como aquel que dice pasado mañana, pero la imagen de desaprobación que me devuelves me sentencia al destierro, al desalojo de los jardines de la juventud donde aún creía poder habitar en uno de sus últimos rincones.

Hoy y para siempre perdido ya ese tranvía llamado deseo, me he sentido deportada al país de tránsito, a esa tierra de nadie donde aún no somos viejos pero tampoco desde luego jóvenes, sino acaso invisibles. Un lugar para los que se sienten -como yo me siento hoy- que he perdido mi capital de juventud, mi fortuna, la que heredé y la que amasé con dietas y atenciones cuando cualquier cuidado daba grandes beneficios y aunque no la derroché, se acabó mi tiempo para atesorarla.
Ahora ya y para siempre siento que estoy juvenilmente arruinada.
La carta de desahucio la llevabas escrita en tu cara cuando desapareciste, en el espejo ya no estaba yo, estaba aquella que apenas reconozco, aquella que lleva tiempo mirándome en ese reflejo, cuando yo miraba de reojo para no darme cuenta de lo que estaba pasando: el desfalco que la vida estaba realizando sobre mi físico patrimonio. 

De pronto en ese espejo al mirarme de frente he visto la que soy sin maquillaje, con mis mil malas noches y un día, y creo que la edad ya por fin y tras muchos forcejeos me ha ganado la partida.

Y ya está bien, tendré que aceptar lo que me queda. Abandono el recuento de mi posesiones, de mi caudal de juventud. Es inútil que siga repasando la vida cuando la vida acaba de darme tal repaso.
Pero después al salir a la calle consciente de mi nuevo yo, convertida en la persona real sin arrogancia ni fantasías de resquicios de lozanía, busco obsesiva las marcas del tiempo en la gente conocida que me cruzo, pero el tiempo y la vida no es igual para todos y como un salvavidas resuenan las palabras de un amigo sabio en medicina que hace poco me decía que en estos años yo he vivido no una, sino dos o tres vidas a un tiempo.
¡Tantas cosas me han pasado! Y ahora parece que todas y cada una me hubieran pasado por encima.
Tantas sendas recorridas como surcos en mi piel.
Tenían que estar prohibidas las miradas explicitas, esas que de pronto y a bocajarro te disparan arrebatándote el último rayito azul de ilusión que te quedaba de los que ibas guardando con tus recuerdos de aquellos tiempos en que te creías princesa.
Tal vez -reflejo enemigo- si hubieras venido 5 años atrás o 5 kilos, si hubieras avisado que venías -madurez cruel que ahora me miras desde el otro lado como un fantasma-, hubiera sido capaz de volver a engañarte con argucias de mujer y complementos. Pero me has pillado de pronto y por sorpresa a la luz del día, la que en un momento decisivo y para siempre me ha convertido de princesa en cenicienta.

Una mañana
Los años hablan mucho,
y mienten más que hablan.
Pero un día despiertan desfondados
con la sinceridad en el espejo,
y dicen lo que saben sin saber lo que dicen.
No importan las arrugas.
Me refiero a otro tipo de espectáculo
más sórdido, crueldad
de humillación humana,
un desarreglo último
entre las formas y los contenidos.
Aunque se ven llegar,
comprendemos de golpe la razón
de los amaneceres soportados
igual que discusiones corporales.
Ya nos hablan de usted
los bellos rostros
y el frío de los médicos.
Por las afueras de la intimidad
duele la hierba triste que nace en las ruinas.
Envejecer
es una forma de buscar trabajo
en un difícil melodrama
que no tiene poder de convicción.
A veces se consigue,
pero hay que dedicarle incluso el tiempo
del que no se dispone.
Estás mejor, repiten los saludos.
Los deseos perdidos
actúan en nosotros,
como los directores de cine que prefieren
la garantía de un final feliz
y a las estrellas jóvenes.
Del libro Vista Cansada de Luis García Montero.