
"Escucha niña bonita:
Vela desde lo alto
Por papá por mamá y también por Ixeya.
Inúndalos con tu luz
Para alejar aquella sombra
Que os envolviera un día.
Rocíalos con tus recuerdos
De risas y de alegría
No te alejes de su lado,
Que te sientan cerca,
Que tú, Valle de Luz
Seas su guía."
La sombra del dragón era negra y alargada, como lo fuera la de aquel ciprés de la novela de Delibes.
De aquel libro me quedé con una frase: “No es lo mismo perder que no llegar.”
Y en este caso hemos perdido. Y digo “hemos” porque todos sentimos profundamente tan dolorosa e incomprensible pérdida y todos nos sentimos perdidos con algo tan brutal como lo que ha sucedido.
Estos días atrás todos estábamos pendientes, arrimando el teclado para ayudar cada cual con sus palabras, cargadas de adhesión y simpatía, al principio apenas siendo conscientes de la gravedad, de la lucha a destajo junto a la pequeña carita de galletita enferma, siguiendo cada día la evolución e involución de su batalla contra una sombra impenetrable, sombra de mal, de dolor, enigmática hasta para los mejores especialistas, sombra perversa, que iba robando la luz a los ojitos de bombón de la princesa con nombre de hermoso valle y socavando su fuerza de roca ante la impotencia de sus padres.
Todos hemos intentado aupar a nuestra manera con frases salidas del cariño y con el convencimiento de que todo era coyuntural y transitorio, un mal pasajero, una escaramuza circunstancial del destino que había hecho extraviarse la salud de esa princesita y que pronto algo o alguien encendería una luz, una guía que le devolvería la orientación y la energía y la haría regresar a su ser, sana y salva como en esos cuentos de hadas, dragones y princesas con final feliz del que todos estábamos seguros de qué se trataba: princesas y dragones…, el bien absoluto de la inocencia contra una extraña y malvada dolencia temporal.
Tratábamos de acompañar esas horas interminables de hospital, ese compartir a cada tanto las noticias, las palabras de ánimo y esos mensajes que todos a uno trataban de trasmitir: “ánimo, que no estáis solos”.
Y tal vez sirva esto cómo reflexión sobre la situación de los amigos virtuales ante una situación tan dramática, ante un suceso de dimensiones tan desproporcionadas como es este.
Sobre los sentimientos y las emociones auténticas, de quienes desde la distancia física y geográfica pero no emocional viven sin legitimar preocupaciones sinceras, dolor y hasta inquietud, por las circunstancias de sus seres queridos virtuales, y si impotentes se han de sentir los amigos presenciales, una impotencia absoluta, real y tangible es el sentimiento que prevalece en quienes desde lejos conectan con las angustias, sienten su dolor y se enfrentan a sus propias preguntas existenciales.
Todos andamos desorientados tras el impacto brutal y despiadado de tan impresionante desgracia. ¿Y ahora qué podemos decir?
Nada. No hay palabras.
Es difícil describir una emoción como la que nos paraliza ahora, a los que estamos lejos, a los que nada tenemos que ver con lazos familiares, hasta nos parece que no tenemos derecho a llorar o a afligirnos, tan pequeña –en realidad- puede ser nuestra emoción comparada a la de esa madre, a la de esa familia…
Pero si ayudara, si sirviera de algo en este momento inconsolable, nos gustaría que supieran que todos sentimos mucha tristeza y que nos aflige su dolor por una experiencia tan cruel e inabarcable.
Quien no experimenta también en un momento así, una perdida infinita de fe, fe religiosa y de la otra, fe en la lógica, en un orden de las cosas, en el ciclo de la vida –ahora tan brutalmente desbaratado– .
Si acompañara, si en algo les acompañara, debían conocer que sabemos, que todos creemos, que cuando sucede algo tan terrible, cuando es tan grande el dolor y la pérdida, se padece una sensación demoledora de perder la fe también en poder seguir viviendo.
Si, sabemos que es lo que de verdad se siente cuando pierdes lo que más quieres:
Sientes que tu ser querido se ha ido llevándose un trozo grande de tu corazón, de tus pulmones y hasta del estómago, porque no puedes ni respirar, ni comer, ni nada…es tal el desgarro..
Y la mente se vuelve perversa y se empeña en torturarnos con un devastador y recurrente interrogatorio:
¿Cómo se puede vivir sin ella, a partir de ella?
¿Cómo después de conocerla, de quererla, de haberla “sentido”, se puede estar sin ella?
Y todas las otras preguntas, las que vienen detrás de los inevitables “porqué” y todas sus fórmulas posibles acompañadas por un sentimiento de soledad y de vacío infinito…
Pero no están solos, -vacíos sí-, pero no solos.
Esas preguntas, esos sentimientos desoladores están en todos y cada uno de los que perdiéramos algún día lo que más queríamos y con ello el norte de nuestras vidas. Aunque sean experiencias tan personales e intransferibles que a nadie más le sirvan… Ojalá que las experiencias ajenas sirvieran de salvavidas a los que se sienten ahora en medio de la zozobra, su vida como un naufragio.
Tal vez ahora, inmersos en esta desgracia, secuestrados por el dolor parezca mentira, pero si sirviera de algo, si en algo les confortara es necesario que sepan y crean que un día el tiempo –que no todo lo cura- , parecerá menos una condena y levantará su abrumadora penitencia….
De verdad que sí, que un día será así.
Estamos conmocionados, con el corazón a media asta y el alma con un crespón negro como negra fuera la sombra del dragón que les ha arrebatado a su princesa.
Maldito sea.
Maldito sea.