Esta mañana hemos estado de cumpleaños. Mientras mi hijo y otros amiguillos de su clase jugaban y almorzaban en uno de esos cumpleaños de hamburguesas con firma americana y juegos de trepar, algunas de las madres nos hemos sentado al solecito cerca del enorme dado de columpios de donde nuestros hijos no paraban de entrar y salir.
En una ocasión uno de los niños ha salido llorando, parecía que se había hecho daño en la espalda. Nada grave porque al minuto siguiente volvía a entrar a contrapelo con la misma vitalidad que antes del golpe. Tras este incidente, las madres hemos empezado a hablar de las caídas de los niños y del peligro que tenían, algunas las pobres, con niños que empiezan a andar tenían episodios más recientes y que han contado –pese a haberse superado, sin consecuencias- con verdadera angustia.
Hablando de los miedos a las caídas todas han coincidido en el que el lugar más temido para eso es el baño. Sobre todo las madres que tienen niños muy pequeñitos. Esto me ha recordado una anécdota de madre primeriza que me sucedió recién llegados nuestros dos niños a casa.
Antes de nada y para que se entienda el caso, tengo que aclarar que una de las mayores obsesiones que tengo como madre es la seguridad en el baño, en la bañera principalmente.
De más pequeños no era capaz de dejármelos solos ni un segundo y menos cuando estaban en el agua por poca que esta fuera, me da mucho miedo también ahora (6 y 11 años) pero cuando acababan de llegar era tal mi miedo que ocasionó esta anécdota que he recordado al hablar con estas madres y que quiero recordar hoy aquí para las que estén pasando por esa etapa de susto, con sus niños recién llegados y para aquellas a las que la hora del baño lo mismo les está significando un rato… tenso, para que -si no consigo que se relajen-, al menos les pueda sacar una sonrisa.
El miedo lo pasaba con los dos, pero el que más me obsesionaba era el pequeño que tenía dos años y medio.La niña de 7 años era -y sigue siéndolo-, más tranquilita mientras que el pequeñin, se caía constantemente por que tenía flojillas las piernas por falta de ejercicio, lo que no le impedía ser muy movido, por eso su seguridad me preocupaba especialmente.
Un día recién venidos de Kazajistán yo estaba en casa de mi vecina Teresa, una de las mejores y mas participativas cooperantes de la “ONG SOS MADRE PRIMERIZA” y me pregunto “¿ya tenéis pato?” Y antes de que pudiera responderle –o mejor dicho preguntarle que qué era eso- me prestó lo que ella llamó “pato”, y efectivamente era una especie de flotador rígido que imitaba a un pato con cara, ojos y hasta con patitas de pato.
Yo me fui a casa tan contenta con mi “pato” y esa misma noche lo usé por primera vez. Bañé a los dos niños juntos y como tenía verdadero terror a que el pequeño –que no se estaba quieto- se hundiera o le pasara algo en la bañera pues le planté su pato, aunque me costó metérselo de puro rígido que era (plástico puro y duro).
La verdad, a Nacho no le hizo ninguna gracia verse insertado en aquel artilugio pero tanto le gustaba el baño que aunque protestó -y como solía protestar por casi todo-, no le hice caso y al final se sentó en el agua con lo que su ignorante madre creía que era un flotador antivuelco.
Al día siguiente le comenté a mi marido que había que devolverle el pato a Teresa y comprar uno mas grande para Nacho porque ese se le quedaba un poco “encajado”.
Lo dejé en el aseo de la entrada, para devolvérselo a mi vecina en la primera ocasión que tuviera.
Nuestra casa es una vivienda unifamiliar y tenemos un aseo en la planta baja pero cada vez que había que poner a hacer pis o caca a Nacho lo solíamos subir al piso de arriba, al baño de los críos donde estaba el “reductor de water”: una tapa mas pequeñita con dibujtitos de Winnie
the poh. Como estábamos intentando quitarle el pañal a Nacho por el día y le poníamos a ello cada cierto tiempo, porque rara vez lo pedía, en una de esas veces en que le tocó a su padre llevarlo, y cuando salieron los dos del aseo - yo suponiendo que el niño había hecho caca a pulso-, le comenté a Eduardo la conveniencia de comprar otro reductor para el water del aseo de abajo y con cara de extrañeza me enseño el water del que acababan de salir y donde estaba perfectamente encajado el pato de Teresa…¡Lo que tomé por un flotador antivuelco era un reductor de water con forma de pato! ¡Con razón se me quejaba el pobre!, cada vez que lo recuerdo incrustado en aquella rueda rígida de plástico duro… y ¡menos mal que nunca llené mucho la bañera porque lo mismo ni flotaba!
Son anécdotas de novata que me hacen sentir lo torpe que pude llegar a ser, porque una vez puesto el “pato” en su sitio estaba clarísimo lo que era, me sentí -y nunca mejor dicho- una patosa integral.
En una ocasión uno de los niños ha salido llorando, parecía que se había hecho daño en la espalda. Nada grave porque al minuto siguiente volvía a entrar a contrapelo con la misma vitalidad que antes del golpe. Tras este incidente, las madres hemos empezado a hablar de las caídas de los niños y del peligro que tenían, algunas las pobres, con niños que empiezan a andar tenían episodios más recientes y que han contado –pese a haberse superado, sin consecuencias- con verdadera angustia.
Hablando de los miedos a las caídas todas han coincidido en el que el lugar más temido para eso es el baño. Sobre todo las madres que tienen niños muy pequeñitos. Esto me ha recordado una anécdota de madre primeriza que me sucedió recién llegados nuestros dos niños a casa.
Antes de nada y para que se entienda el caso, tengo que aclarar que una de las mayores obsesiones que tengo como madre es la seguridad en el baño, en la bañera principalmente.
De más pequeños no era capaz de dejármelos solos ni un segundo y menos cuando estaban en el agua por poca que esta fuera, me da mucho miedo también ahora (6 y 11 años) pero cuando acababan de llegar era tal mi miedo que ocasionó esta anécdota que he recordado al hablar con estas madres y que quiero recordar hoy aquí para las que estén pasando por esa etapa de susto, con sus niños recién llegados y para aquellas a las que la hora del baño lo mismo les está significando un rato… tenso, para que -si no consigo que se relajen-, al menos les pueda sacar una sonrisa.
El miedo lo pasaba con los dos, pero el que más me obsesionaba era el pequeño que tenía dos años y medio.La niña de 7 años era -y sigue siéndolo-, más tranquilita mientras que el pequeñin, se caía constantemente por que tenía flojillas las piernas por falta de ejercicio, lo que no le impedía ser muy movido, por eso su seguridad me preocupaba especialmente.

Yo me fui a casa tan contenta con mi “pato” y esa misma noche lo usé por primera vez. Bañé a los dos niños juntos y como tenía verdadero terror a que el pequeño –que no se estaba quieto- se hundiera o le pasara algo en la bañera pues le planté su pato, aunque me costó metérselo de puro rígido que era (plástico puro y duro).
La verdad, a Nacho no le hizo ninguna gracia verse insertado en aquel artilugio pero tanto le gustaba el baño que aunque protestó -y como solía protestar por casi todo-, no le hice caso y al final se sentó en el agua con lo que su ignorante madre creía que era un flotador antivuelco.
Al día siguiente le comenté a mi marido que había que devolverle el pato a Teresa y comprar uno mas grande para Nacho porque ese se le quedaba un poco “encajado”.
Lo dejé en el aseo de la entrada, para devolvérselo a mi vecina en la primera ocasión que tuviera.
Nuestra casa es una vivienda unifamiliar y tenemos un aseo en la planta baja pero cada vez que había que poner a hacer pis o caca a Nacho lo solíamos subir al piso de arriba, al baño de los críos donde estaba el “reductor de water”: una tapa mas pequeñita con dibujtitos de Winnie

Son anécdotas de novata que me hacen sentir lo torpe que pude llegar a ser, porque una vez puesto el “pato” en su sitio estaba clarísimo lo que era, me sentí -y nunca mejor dicho- una patosa integral.