Hace poco me topé con una sentencia brutal de esas que te encuentran el epicentro y lo aporrean:
“¿Qué es sentir Soledad? La toma de consciencia de la carencia de amor incondicional.” R.Montes Coronado.
Ahí es nada. He conocido a gente que decían sentir una soledad irreparable y hasta no hace mucho no lo entendía. Tenemos familia, amigos y amores momentáneos, aunque esos momentos duren veinte años, pero existe la soledad en compañía, la soledad de dos seres (o más) viviendo bajo el mismo techo, la soledad de un actor/actriz o cantante super famos@ que “nunca está sol@” y de pronto decide quitarse la vida reventándose el hígado o las venas.
Esa soledad insalvable es la que se siente cuando alguien se percata de que no es de verdad- y fuera de dudas o conveniencias-, amado incondicionalmente.
Hay gente que subsiste a pesar de estar de excrementos hasta el borde, hundido en porquería y no sucumbe porque estira la mano y sabe que hay una persona que sin pensárselo va a tirar de él…. Porque le quiere…y lo hace incondicionalmente.
Nunca para esa persona él será nadie, al contrario será la persona más importante, por quién es capaz de todo, de darlo todo, de hacerlo todo.
En un mundo ideal esa persona suele ser una madre.
Yo lo sentí así mientras la tuve, mis problemas eran la mitad con tan sólo contárselos, nunca me sentí sola, nunca me sentí nadie.
Cuando murió estaba yo en la edad de otros amores pasajeros aunque estuvieran a mi lado doce años más.
El corazón es como aquel tarro de aquel maestro que lo puedes llenar de muchas cosas diferentes con distintos pesos específicos: piedras grandes, chinorros o arena.
Lo que sucede es que cuando el corazón se queda con esos huecos importantes luego lo ocupan muchas cosas pero esa seguridad que te ofrece el amor incondicional, con su peso específico ya no lo sientes nunca más de esa manera. Que sí, que tal vez con suerte lo llenes de amores fundamentales, de perennes íntimos amigos pero ¿tan incondicionales?
Benedetti hablando de ausencias escribió “Aún en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados”.
Si lo has sentido, si te ha pasado, creo que entenderás a qué me estoy refiriendo.
Todo esto me ha servido para entender y tratar de asimilar, no sólo ese sentimiento de orfandad que me persigue desde la muerte de mi madre y que renové al morir mi hermano pequeño, sino además para entender un poco el corazón de los niños que son abandonados por quien se supone tenía que brindarles ese amor incondicional del pase lo que pase.
Ellos no saben cómo se llama, porque en su vocabulario no existe la palabra soledad, aunque la que han debido de sentir es imponente.

Probablemente ellos no recuerden conscientemente el miedo y el desamparo de sentir hambre o sed o estar mojados o escocidos o con gases y que nadie atendiera su llanto o cubriera su necesidad o ahuyentara sus miedos.
Pero sentir ese vacío materno, ese silencio ensordecedor tras un llanto descorazonado se les tuvo que instalar en el corazón y lo hizo para quedarse. Yo he visto niños casi bebés auto consolándose, meciéndose a sí mismos, en un estremecedor afán de sentirse consolados.
Sentir una soledad así deja un hueco tan hondo en un corazón tan pequeñito que es muy difícil repararlo de esa tristeza, de esa triste herida que les resquebrajó el alma y la confianza.
Seguro que entenderlo no resulta complicado, lo difícil es llegar a curarla y desalojar su desconfianza.
Tal vez sea difícil convencerles de que el nuestro es un amor incondicional, pero tal vez acaben por asumir que de todas todas es sincero.
“La sinceridad de la tristeza suele nutrirse del amor; la sinceridad del amor suele nutrirse de la alegría”. (Mario Benedetti)…