Entre otras cosas me ha hecho reflexionar mucho la entrada de otra madre en su blog hablando con el corazón entreabierto, como parecemos hablar muchos en este medio, ya que es la sensación que me da el leer y que me lean, es como quien deja la puerta entornada y aunque la invitación a pasar no es explícita si está implícita en el mero hecho de escribir aquí “en abierto”.
Con lo que cuesta hacer un click, nos colamos de rondó y pasamos y paseamos por los patios interiores que nos muestran y admiramos "la ropa tendida", nos empapamos de sus conocimientos y hasta nos llevamos algún recuerdo: una frase, una foto un pensamiento que retomar.
La entrada de esa madre hablando de cómo su maternidad la ha hecho revisar su infancia decía así:
“Siempre había pensado que mi infancia había sido buena… Cuando llegó mi hija y me convertí en madre, mi infancia volvió a mi sin yo buscarlo y, sin más, dejó de ser una época dichosa… aparecieron sombras, rincones empolvados, silencios, los recuerdos crujían… Apareció ante mí una niña sombría, observadora y silenciosa... a la que siempre he llevado de la mano sin prestarle atención.
Y descubrí algo que me guía cada día en mi relación con mi hija: el amor no es suficiente para criar a un hijo.”

También me ha removido el escuchar en una conferencia a los sabios contemporáneos sobre cómo educar las emociones infantiles, las preguntas que se me han quedado por hacer o mejor dicho las respuestas que nunca consigo encontrar, como si mis emociones y vivencias fueran ajenas a cualquier molde, nunca acabo de encontrar la regla perfecta que se adecue a mis inquietudes. Ningun informe, estudio o ensayo me sirve o me da pistas de por donde debo de continuar mi transito por este camino difícil de doble responsabilidad que asumí de golpe y de buena gana, al que me voy adentrando cada día más desorientada, con más obstáculos que trato de visualizar como retos, con mi propia mochila y mis piedras en los zapatos que me provocan la angustiosa sensación de estar andando en círculos y avanzando nada en un proyecto pedagógico nada edificante que más tiene de disciplinario que de didáctico, confeccionado con los rastrojos de la educación que nosotros recibimos y la paja de los libros que estudié durante los años de espera para “prepararme” -ilusa de mí-, para ser toda una madre estupenda.
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Mientras buceaba entre oleadas de amena y fantástica oratoria, me di cuenta de lo lejos que me quedaba la orilla. mientras oía la conferencia sobre "educar las emociones" me di cuenta de la responsabilidad tan inmensa, del camino que tengo que ayudar a recorrer y que yo misma tengo que trasponer y de mi cojera emocional y esa sensación de impostora que a veces me asalta cuando trato de adiestrar los impulsos emocionales de mis hijos. de mi cojera emocional y esa sensación de impostora que a veces me asalta cuando trato de adiestrar los impulsos emocionales de mis hijos.
¿Cómo puedo yo educar las emociones de nadie si yo misma tengo las mías en estado primitivo?
¿Cómo inculcarles el sabio manejo de sus arrebatos cuando soy yo la primera que los tengo en estado silvestre?
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Zhang Liufeng |
El tomar conciencia de que mi tarea más ardua como madre va a ser intentar no transferirles a mis hijos mis muchas frustraciones.
El sólo hecho de este pensamiento me provoca tal cargo de responsabilidad que me pone al borde de un ataque de pánico y me provoca una sensación angustiosa de parálisis e impotencia precoz, precoz por sobrevenirme en su totalidad y por anticipado. Me parece una empresa colosal para la que me siento nada preparada.
Ahora, esta noche sentada al borde de la media noche con el alma y los pies desnudos me paraliza hasta el simple hecho de enfrentarme a mi lado personal más brutalmente sincero y enumerar en una lista esas frustraciones que arrastro como cadenas que me inmovilizan y me impiden avanzar.
La edad no te hace más madura, te hace más mayor. Justo en esta época de mi vida en la que todo mi ser es pura transición física y mental me percibo como una serpiente que mudara la piel despojándome de la mujer que fui o más bien de la que creía ser.
Me miro al espejo y al interior y de paso repaso mis intimas frustraciones mirando las mismas arrugas de mi madre y sus ojos (no en vano teníamos gestos parecidos) ya me parezco tanto que a veces le hago preguntas mirándome a sus ojos esperando sus respuestas ( si fuera verdad que la respuesta está dentro de nosotros mismos…)
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Ning Lee |
Parece mentira pero de nuevo ahora y a estas alturas me vuelvo a sentir perdida por no tener a quien preguntarle sobre mis recuerdos y es que a veces me parece que custodio cáscaras de huevo vacías de aquella infancia que también chirría desde los rincones de una memoria flaca y huérfana de respuestas que me ayuden a configurar el puzzle de mis emociones, buscar la manera de entender esa recién descubierta cojera sentimental que me acucia, para ponerle remedio y evitar pasar el testigo de mis fallas a mis hijos.